Vengo de las jornadas de administración que todos los años organiza la Confer. Y me traigo una impresión un poco extraña. Parafraseando a la carta a los Hebreos 12,1, diría que una nube de asesores nos rodea. En la sala había muchas religiosas, algunos religiosos (todo esto es lo normal, ya se sabe que los religiosos no necesitamos ir a cursos…) y también abundantes laicos y laicas, que son los que conforman ese grupo que son los asesores.
Nosotros somos sus clientes, ya en el bote o potenciales. Y ellos o están ahí cerca de sus clientes –es la oportunidad para contactar con muchos a la vez– o están a la caza. Es normal. Es su trabajo. No es la primera vez que escribo sobre ellos. Nos hacen falta. Son necesarios. Aportan un saber técnico del que nosotros carecemos. El mundo de la administración, de las inversiones, de hacienda, de las relaciones laborales… se ha hecho complicadísimo. Es normal que no sepamos de todo (lo raro sería que supiésemos de todo). Por eso necesitamos su competencia técnica. Y hay que pagarles lo justo. Pero hasta ahí. La decisión, y la responsabilidad, tienen que ser nuestras. No puede ser de otra manera. Porque de lo que se trata es de lo nuestro. Estoy pensando en uno de los conferenciantes que indicaba que para conseguir fondos había que hacer primero una serie de inversiones pero que seguro que “sí o sí”, así lo dijo, esas inversiones se iban a recuperar de sobra. Pues no lo veo yo tan seguro. Hay que hacer números y no dejar que sean los asesores los que decidan por nosotros. Por dos razones muy sencillas y provenientes del refranero español. Primera, porque nadie vende duros a cuatro pesetas (por eso hay que desconfiar de los negocios absolutamente seguros). Y segundo, porque ellos, precisamente por la posición en que están, “disparan con pólvora del rey”. Y siempre es fácil disponer y arriesgar lo que no es nuestro.
Por eso, es necesario recordar otra vez que no hay que dejarse impresionar por los asesores. Por muchas carreras que tengan. Por muy impresionante que sea su currículum vitae (un compañero mío lo llamaba “ridiculum vitae”). O por muy bien que hable y defienda sus opiniones. Conviene que meditemos bien las decisiones, que escuchemos, que reflexionemos. Y, sobre todo, conviene que seamos conscientes de que la responsabilidad de nuestras decisiones es nuestra por la sencilla razón de que sus consecuencias nos van a afectar sobre todo y ante todo a nosotros.
Lo que se dice en la ‘nube de asesores’ [blog] es del mas elemental sentido comun. Pero las peroratas de los expertos apabullan pues parece que saben mas que lepe de eso, y lo aceptamos a carga cerrada, y despues vienen las consecuencias: los aiyayais, creiques y penseques. En los Hechos decidieron que algunos se ocuparan de la administracion para que el resto se pudiera dedicar al estudio, la oracion y predicacion. Sobre este tema cotidiano si seria interesante compartir de modo desenfadado, sin pasarse y sin empujar!