A base de hablar de hablar de las grandes líneas que deben orientar las decisiones económicas de los institutos y de hacer altas reflexiones sobre la economía de los institutos, es posible que se nos olvide que esto de la economía es un servicio y que su objetivo final es servir al bienestar de las personas. Un servicio basado en la confianza. La confianza en sus hermanos y hermanas tiene que ser la actitud básica con la que el administrador realice su servicio.
Ese servicio se tiene que manifestar en la vida de las comunidades y de las personas. Los administradores estamos para servir y no para controlar ni supervisar ni vigilar el cumplimiento que hacen nuestros hermanos y hermanas del voto de pobreza. Los administradores no somos los fiscales económicos de nuestros hermanos y hermanas. Los administradores estamos para servir, para velar por sus necesidades y su bienestar.
Y la primera actitud es la confianza. Los administradores confiamos en nuestros hermanos y hermanas. Nos fiamos de ellos. ¿Cómo no vamos a fiarnos de los que han comprometido toda su vida al servicio del Evangelio? ¿Cómo no vamos a fiarnos de los que han hecho una profesión perpetua, para siempre, en su instituto? ¿Cómo no vamos a fiarnos de los que han dejado o están dejando hora a hora su vida al servicio de un carisma? Luego vendrán las discusiones y los debates sobre aspectos concretos, como es natural. Pero la primera actitud tiene que ser la confianza en nuestros hermanos y hermanas. Y eso, la confianza, se nota mucho cuando está o no está.
Digo todo esto porque de vez en cuando me llegan aires y palabras que parecen intentar resucitar antiguas tendencias controladoras en este punto de la economía hasta detalles nimios de la vida de las personas, cuya única consecuencia era la de infantilizar a las personas y que en el fondo no muestran más que una falta de confianza en los hermanos y hermanas.
Es verdad que de tanto en tanto hay problemas. Hay personas que no saben controlar sus gastos. Pero estos son problemas concretos, generalmente muy conocidos por todos, y los superiores tendrán que saber enfrentarlos en diálogo con esas personas concretas. No se puede cortar la libertad a todo un grupo porque haya alguno que no sepa usarla.
Conocí una comunidad en la que había una persona que abusaba del teléfono –en aquellos tiempos era un recurso caro–. Lo que hicieron entonces los que estaban al cargo fue cortar los teléfonos a todos e instalar un teléfono de pago. O hay quien quiere hacer públicos los nombres de esas personas que gastan tanto como un medio para controlarlos, cuando en realidad se hace sólo por puro miedo a sentarse a dialogar directamente con ellos. ¡Bonitas soluciones donde todos pagan el miedo de los superiores a enfrentar el problema con las personas concretas! Y se podrían poner muchos ejemplos de ese estilo.
La confianza no implica ingenuidad irresponsable. Hay que saber mirar a la realidad de frente. Y lidiar con los problemas y ayudar a las personas que puedan tener problemas. Pero la confianza tiene que ser la actitud básica que domine la relación de administradores y administrados en los institutos religiosos. Entre otras cosas porque los administradores no son dueños de nada sino servidores de sus hermanos y hermanas para procurar el bienestar de todos y facilitar el cumplimiento de la misión de cada uno al servicio de la misión común.
La Confianza es la primera de las 3 C que son necesarias para animar a muchos a sostener la obra evangelizadora de la Iglesia:
Confianza + Credibilidad —-> desemboca en el Compromiso
Cuando no hay confianza y se pierde la credibilidad, se acaba el compromiso con la causa/institución