Anda medio mundo buscando hacerse rico de cualquier manera y voy yo y digo que tener dinero es un problema. Pues cada vez me convenzo más que sí, que tener mucho dinero es un problema que afecta mucho a la buena administración. Y que es un problema que afecta a más de una congregación. En otras palabras: cuando hay mucho dinero aparece la tentación de hacer una mala administración, de derrochar. El problema se siente menos porque… “como hay mucho dinero”.
En una situación de ese tipo, cuando se tiene mucho dinero, la sensibilidad cambia y se adapta a la nueva situación. Gastos que en un momento determinado podían parecer fuera de lugar, comienzan a verse como normales. Simplemente porque hay más dinero. Y, como hay más dinero, ¿para qué nos vamos a hacer problema? ¿por qué no nos lo vamos a permitir?
Eso pasa a todos los niveles. Dentro de una comunidad y en las relaciones entre la comunidad o la actividad y la administración provincial. Me contaron de una provincia en la que había una comunidad que tenía muchos ingresos. Pasaba a fin de año una aportación muy jugosa a la provincia. Los de arriba se sentían felices con aquella aportación. Y, por ende, procuraban meterse poco con la vida y los gastos de la comunidad. Incluso llegó el momento en que normas comunes para todas las comunidades, como la obligatoriedad de hacer presupuestos anuales, no se imponían en aquella comunidad. Para qué si daban mucho dinero.
Da la impresión de que cuando hay dinero en la caja, cuando abundan los recursos, se nos olvida que hacer una buena administración exige evitar el despilfarro y distribuir cuidadosamente los recursos entre las muchas necesidades. Y tener siempre presente una ley básica de economía: los recursos son siempre, por definición, escasos.
Tener dinero, mucho dinero, muchos recursos, es un problema porque nos podemos sentir deslumbrados por los ceros y olvidarnos de que, por muchos ceros que tenga la cantidad que designa nuestros recursos, estos son siempre escasos. Es posible que sean abundantes ahora pero no lo son si se piensa en las necesidades futuras o si extendemos la mirada a las necesidades de la congregación.
Termino con dos historias. Una vez me dijo un ecónomo que en su congregación cada vez que habían tenido dinero, que habían ahorrado un poco, se lo habían gastado a toda velocidad. Y luego se habían visto obligados a ser austeros por necesidad. Otra vez me dijo el responsable de los colegios de una provincia religiosa que obligaba a sus administradores a hacer una economía de guerra, partiendo siempre de que los recursos eran escasos y que había que administrarlos con mucho cuidado.
Algo me dice que al segundo le fue mejor que al primero. Porque para hacer una buena administración, para administrar bien el dinero de la misión, hay que hacerlo como si nuestros recursos fuesen escasísimos. Lo demás es despilfarro, que no tiene nada que ver con la confianza en la providencia.