Me encuentro con una conocida, ecónoma provincial en su congregación, charlamos un rato y me comenta que está muy enfadada porque el resto de su gobierno provincial, de sus hermanas, parece que no son capaces de poner en relación proyectos pastorales y base económica. Es decir, que no se dan cuenta de que los nuevos proyectos pastorales deben tener una base económica que necesariamente los tiene que sustentar.
Parece que en momentos de creatividad –reuniones varias, capítulos, etc.– surgen nuevas ideas y proyectos, que se decide que hay que ponerlos en marcha. Pero también parece que a todos, al menos a la mayoría, de los participantes en esas reuniones tan iluminadas, se les olvida que no hay proyecto ni idea que se pueda llevar a la práctica sin tener en cuenta los recursos económicos necesarios.
Me hizo recordar la famosa ley de dependencia, destinada a favorecer la atención a las personas dependientes, sobre todo a las que viven solas o son atendidas por familiares. Fue aprobada en España hace unos años gloriosamente en las cortes. Todo el mundo se felicitó por su aprobación. Sólo quedó pendiente un problema: ¿cómo se iba a financiar la aplicación de la ley? En su texto se decía que serían las comunidades autónomas y los ayuntamientos los encargados de su puesta en práctica. Pero por ninguna parte aparecía de dónde iban a salir los fondos económicos necesarios. Y así nos va. Años después, las comunidades autónomas y los ayuntamientos se esfuerzan por hacer realidad los objetivos de la ley pero no lo consiguen del todo porque la falta de recursos es rampante. ¡Así no se puede!
Algo parecido nos pasa a nosotros cuando ponemos sobre la mesa proyectos evangelizadores nuevos y no tenemos en cuenta que su implementación exige destinar a esos proyectos dinero y personal. Da la impresión de que, en el momento, de plantear y definir el proyecto, de escribir unos cuantos folios detallando los fines y los medios, a nadie se le ocurre añadir un par de folios explicando las cantidades de dinero que serán necesarias. Y, las pocas veces que eso se hace, prácticamente nunca se explica de dónde va a salir ese dinero.
La ecónoma provincial que me encontré estaba enfadada porque se había encontrado con un proyecto nuevo y la indicación, más o menos clara, de que “se las apañase” para encontrar el dinero necesario.
Me hizo recordar a un provincial que, escuchando las críticas de su consejo de economía sobre un determinado proyecto, contestó que “hay razones pastorales que son más importantes que las económicas”. Y yo digo que eso es posible decirlo cuando hay dinero, cuando se dispone de abundantes recursos, pero cuando los recursos son escasos, no sé si se puede hacer una afirmación como ésa y quedarse tan tranquilo.
No hay proyecto que se pueda realizar sin una base económica. Hasta unos simples ejercicios espirituales necesitan detrás el vil dinero para poder realizarse. No conviene olvidarlo. Así de sujetos estamos a lo material. Por mucho que algunos quieran mirar para otro lado.
Me encanta, enseña y ayuda. Muchas gracias
Es una cuestión de cultura, más bien una carencia de nuestra incultura económica. En nuestro contexto nos encanta hacer y, sobre todo, decir lo que queremos -y aún nos proponemos- hacer. Pero no hay cultura de la previsión económica. Hemos olvidado que el «todo gratis» no existe, sino que lo que hay es un desplazamiento de los costes. Gracias por tu luminoso blog.