Todos los años por diciembre la Fundeu (Fundación del Español Urgente) hace pública la que en su opinión es la palabra del año. Este año pasado, 2018, fue “microplásticos”. Pero en segundo lugar, quedó “procrastinar”, que para nuestro tema es mucho más interesante. Procrastinar significa según la Real Academia “diferir, aplazar”. Digo que es interesante para nuestro tema porque me parece que es una de las grandes tentaciones de todo gobernante cuando se encuentra ante decisiones difíciles. Y los que están en la administración de los institutos religiosos no están liberados de esa tentación. Ni siquiera por aquello de la “gracia de estado”, que se decía antes.
Hay que reconocer que la palabra no es especialmente bonita. Pero viene del latín, lo que le da un prestigio y un abolengo grande en nuestra lengua. Aplazar y diferir las decisiones que hay que tomar es algo relativamente común. Y está bien que tengamos una palabra como ésta para referirnos a esa tentación.
Dice la Wikipedia (ya sé que no es una autoridad muy autoridad pero está bien lo que dice en este caso) que hay tres formas de procrastinar.
1) cuando se evita empezar una tarea por miedo al fracaso.
2) cuando se posterga una tarea hasta que ya no hay más remedio que realizarla.
3) cuando se posterga la tarea porque siempre se puede pensar si es la mejor decisión.
Las tres formas son reales en la vida práctica. Es más, quien no ha procrastinado con la segunda opción. Pero hay que reconocer que la primera y la tercera están muy cercanas y que es fácil justificarse precisamente diciendo que es necesario darle otra vuelta a la decisión que se está a punto de tomar, que hay que consultar de nuevo con los asesores o con los afectados, que hay que examinar cuidadosamente las consecuencias de las diversas alternativas… Y así se puede seguir pensando por siempre. Y la decisión queda aplazada “in aeternum”. Y con una buena y respetable excusa, que ayudará a convencer al mismo implicado o implicados más directamente en la toma de la decisión de que están haciendo lo correcto.
A los gobiernos religiosos esto de procrastinar les pasa demasiadas veces. En mis encuentros con proveedores del más diverso tipo, me encuentros con dos clases entre ellos. Los que están tratando por vez primera con un instituto religioso. Estos dan por supuesto que, ante una oferta, van a recibir una respuesta en un plazo breve de tiempo (como lo haría cualquier empresa). Y luego están los que llevan tiempo tratando con religiosos y religiosas, que dan por supuesto que la decisión va a llevar mucho tiempo para ser tomada. No es cuestión de días ni semanas sino de meses e incluso años. Porque nosotros todo lo pensamos muy bien. Y procrastinamos convencidos de que es lo que debemos hacer.
Sucede que hay asuntos y cuestiones que no admiten demora ni aplazamiento. Hay que tomar decisiones, y más en el campo de la economía, al que se refiere este blog, antes de que, como dice un amigo mío, las tome el enterrador por nosotros. A veces es mejor tomar una decisión, aunque no sea perfecta, que no tomar ninguna y dejar que el tiempo arruine todo. Procrastinar no es bueno. Que en nuestro mundo ya no vale, no debería valer, aquello de “vamos a dejar las cosas como están para ver como quedan”. Mejor si no procrastinamos y decidimos de una vez.