Acabo de hablar con una amiga mía que, junto con otras personas, acaba de crear una nueva empresa. Hay una idea. Han juntado fuerzas y algo de dinero. Y están empezando. En estos primeros momentos todo son pérdidas. No sólo por la cuenta de resultados sino también por las horas sin medida entregadas a esa nueva aventura en la que se han metido. Como en toda empresa nueva, no están seguros de que si van a conseguir salir adelante. Pero de lo que sí están seguros es de que están poniendo toda la carne en el asador. Si no lo consiguen, no va a ser por falta de esfuerzos.
Hace poco también he estado dando unas charlas a unas religiosas. Y la frase que más repetí e intenté que quedase clara en la explicación fue que la economía en un instituto religioso está al servicio de la misión. Sin excepciones. Sin fisuras. Lo nuestro es también una empresa que siempre está empezando. Es un desafío: anunciar el Evangelio en nuestro mundo. Cada congregación, cada instituto, lo hace según su carisma. Para llevarlo adelante, para hacerlo realidad, ponemos sobre la mesa todos nuestros recursos. Los financieros. Pero también los de nuestro tiempo. Y, por supuesto, nuestras cualidades y capacidades y sabidurías. A nosotros no nos vale aquel refrán que dice que “en comunidad no muestres habilidad”. Nosotros estamos convencidos exactamente de lo contrario: de que entramos en nuestra congregación para lo que hiciese falta, con todo nuestro bagaje y nuestros recursos.
Todo al servicio de la misión. Una misión que luego se concreta en la preparación y cualificación de las personas (de los religiosos y de los laicos que colaboran de una forma u otra en las actividades en que se concreta la misión). Eso ya supone una inversión financiera: la formación cuesta dinero. Una misión que se concreta también en las actividades que, dependiendo de su carácter concreto, necesitarán más o menos medios materiales para su desarrollo. Y una misión que se concreta, al final, en el cuidado y la atención y el bienestar de las personas que forman el instituto. Desde su salud hasta su necesario descanso. Pasando, por supuesto, por la atención a los enfermos y ancianos que han entregado su vida a la institución. Todo es la misión porque todos están igualmente comprometidos en ella.
Al servicio de la misión hay que ponerlo todo. Con el mismo entusiasmo con el que cualquier emprendedor dedica alma, vida y corazón a su nueva empresa. Eso es lo que deseo a todos mis lectores para el año que acabamos de empezar: ilusión, entrega, compromiso y esperanza. Todo al servicio del anuncio de la buena nueva del Reino.