La pregunta que da título a esta entrada se me formuló en la conferencia que di hace unos días y de la que hablaba en la anterior entrada de este blog. Vino a decir el “preguntador” (ya sé que la palabra no existe pero la entendemos todos) que si teníamos tan claros los criterios éticos y evangélicos no sólo en lo referente a las inversiones financieras sino a la administración en general, a qué teníamos que esperar para empezar a aplicarlos, si es que había que esperar.
A primera vista, la respuesta es sencilla. No hay que esperar a nada. Hay que empezar ya. No hay ninguna razón para dilatar el comenzar a hacer la administración de los recursos de que disponen los institutos religiosos con un sentido nuevo más evangélico y ético.
Pero la vida no suele ser sencilla, presenta muchas aristas, muchos puntos de vista, hay muchas relaciones entrecruzadas entre las personas y las instituciones. No es fácil dar un vuelco y comenzar desde cero. Igual tampoco hay que empezar desde cero. Porque no vamos a pensar que la historia del mundo se divide en un antes y después: antes de nuestra llegada a la administración y después de nuestra llegada a la administración. La vida se hace en camino y el avance es progresivo. Lo mismo se puede decir de este mundo de la administración y la economía.
Con todo, hay algo que podemos hacer y que convendría hacer para favorecer más ese avance. Se trata de algo tan sencillo –y tan complicado a la vez– como no dar nada por supuesto. Es actuar de una manera totalmente opuesta a lo que solemos hacer con los presupuestos. Cuando preparamos los presupuestos, lo que solemos hacer es asumir los ingresos y gastos realizados en el año y añadir la inflación. Siempre con esa vieja sabiduría que nos dice que en la parte de los gastos hay que añadir la inflación y un poco más. Y que en la parte de los ingresos hay que añadir la inflación y redondear a la baja.
Tendríamos que hacer lo contrario: aprender a hacer los presupuestos con base cero. Es decir, plantearnos todas las partidas desde cero, discutir cada una de ellas, su necesidad. Sin dar por supuesto que lo gastado estuvo bien. Y lo mismo en el resto de campos de la administración. No asumir que lo hecho está bien. No dejarnos llevar por las inercias, por el siempre se ha hecho así. Esta es la clave. Revisar procedimientos, proveedores, trabajos, todo. Y revisarlos desde el punto de vista de los criterios éticos y evangélicos pero también de eficiencia en el uso de los recursos siempre escasos.
Ejemplo para terminar: se viene trabajando con la empresa X desde hace años. ¿Se ha evaluado alguna vez su proceder? ¿Se ha comparado con las ofertas de otras empresas? Los diversos contratos de mantenimiento, ¿se llevan a concurso entre varias empresas periódicamente o dejamos que se renueven tácitamente sin preocuparnos? Y como estos se podrían poner muchos ejemplos.
No hay razón para esperar. Hay que empezar ya. Hay que ponerlo todo en cuestión. Hay mucho que revisar y mucho que ganar en hacer que nuestra administración sea más evangélica y también más eficiente.