La experiencia me lo confirma. Las inversiones financieras, de cuya adecuada gestión depende en buena parte el futuro económico de nuestras instituciones, se sigue pareciendo a un mar proceloso por el que la mayoría de los ecónomos provinciales o generales se sienten incapacitados para navegar. Nos parece que es un mundo desabrido, hosco, huraño. Ante él nos sentimos perdidos. Cuando se presenta ante nosotros el comercial del banco con el que trabajamos, es como si nos enfrentásemos a un superior, a alguien que está por encima de nosotros y ante el que no podemos hacer más que escuchar y obedecer. Por dentro se nos queda la sensación de que quizá no sea verdad todo lo que nos dice, de que quizá esté sirviendo más los intereses del banco o los suyos propios que los nuestros. Pero no nos atrevemos a decir nada.
Esta es la realidad para muchos ecónomos y ecónomas provinciales y generales. No son todos los que se sitúan así pero sí la mayoría, según mi experiencia. Es una pena porque la consecuencia es que esas inversiones de las que, repito, depende en buena medida la sostenibilidad económica de nuestras instituciones, se suelen gestionar deficientemente y, como consecuencia, no se obtienen los resultados que se deberían.
Quizá, lo primero sea quitar el miedo. Los proveedores de inversiones financieras, los comerciales de los bancos son como cualquier otro comercial. Hacen un servicio, nos presentan sus productos (por supuesto, los que sus bancos están interesados en vender), nos señalan sus ventajas. Nosotros tenemos que saber escuchar, comprender lo que nos dicen y tomar nuestras propias decisiones. He dicho con toda intención “comprender lo que nos dicen”. A veces envuelven su presentación en grandes explicaciones sobre la situación geopolítica y económica mundial intercaladas con palabras en inglés, que no siempre entendemos. ¿Por qué nos da tanto apuro pedir que lo expliquen de nuevo y a ser posible en nuestra lengua? Decimos que nos envuelven con sus razones, pero se nos olvida decir que nos dejamos envolver por sus razones.
Es verdad que ese mundo de las inversiones financieras es complicado por demás. Ya he escrito sobre este tema aquí y aquí y aquí y aquí y aquí y algunas otra veces que ahora se me escapan. Pero es verdad que es un mundo complicado. Razón de más para buscarnos buenos asesores. Es obvio que el empleado del banco no es un buen asesor. Y en ningún caso es un asesor independiente. Trabaja para el banco. Hay que buscar asesores independientes, que estén a nuestro servicio, que trabajen con nuestros criterios (no con los suyos, por supuesto). Aquí brota la urgencia de elaborar nuestros criterios sobre lo que queremos que se haga con nuestro dinero. Porque no todo vale. Porque no queremos entrar en el juego de la especulación. Porque no queremos participar en determinadas inversiones que son éticamente inadmisibles.
Algo más. A algunos se les abre el deseo de ganar mucho. La bolsa y las inversiones financieras tienen algo de casino, de apuesta, de juego de la ruleta. Y parece que se nos abre un poco la codicia. Hay que tener presente que nuestras inversiones financieras están pensadas con dos objetivos: 1) mantener el poder adquisitivo, mantener el capital del instituto, y 2) ganar un poco más que nos permita crecer y atender a las necesidades siempre crecientes de la evangelización. Y todo esto a medio y largo plazo. Todo ello respetando unos necesarios criterios éticos. Nosotros no trabajamos nunca a corto plazo. Es posible que las inversiones conozcan a corto plazo muchas oscilaciones. No hay que preocuparse. Debemos fijar la mirada en el largo plazo, a diez o más años vista.
Y, por supuesto, si no sabemos de este mundo, algo tenemos que aprender. Es nuestra responsabilidad desde el momento en que el instituto nos ha pedido ese servicio. Dejar todo en manos de los asesores es una irresponsabilidad y una forma de poner en peligro el futuro de nuestro instituto. Al final, nosotros somos los responsables de lo que se haga con nuestro dinero.
Estimado Fernando:
Comparto muchas de las cosas que dices y escribes, si se mira desde un punto de vista economicista. Intento explicarme.Partimos de que las instituciones tienen a su disposición, por haber ido acumulando, en un proceso histórico más o menos largo, bienes y derechos, en forma de patrimonio y de dinero. En un principio las congregaciones nacían en la pobreza, con un capital exclusivamente humano, compuesto de personas que optaban por seguir un carisma que el fundador o fundadora impulsaba por la acción de la Providencia divina. Enseguida obtenían el favor de los acaudalados de la época, que, imbuidos a su manera de una conciencia del deber de hacer algo por los demás, se fiaban de los nuevos e ilusionaos discípulos, de lo que hacían en sus primeras obras y les financiaban con donaciones, legados, concesiones, etc. Esa es la etapa carismática de la institución, que, además de su dimensión espiritual, tiene otra económica o práctica. Entre ese momento y las realidades presentes ha habido una historia, y hoy, por lo general, nos encontramos con instituciones, con mucho capital inmobiliario de poco rendimiento y mucho coste de mantenimiento, con algún recurso monetario, y con pocos recursos humanos propios y muchos contratados, en obras dependientes de la financiación pública por conciertos o convenios.
Un ecónomo se ve en el deber de mirar la realidad, mirar también hacia adelante y administrar estos medios y los retos de la institución.
Desde esa perspectiva, todos los consejos e ideas que leo en el blog me parecen de una gran sabiduría y sentido común. Pero la pregunta queme surge es ¿hasta cuándo?