De los desastres se suele salir. Vamos a esperar que sí. Pero no salimos como entramos. La situación ha cambiado y también nosotros tenemos que cambiar en nuestra forma de reaccionar ante las nuevas condiciones. A nuevos tiempos, nuevas oportunidades. En esta entrada quiero hablar de un instrumento financiero que nos puede ser muy útil y que podemos usar pero que, en general, no nos gusta usar o nos asusta usar o nos parece que no debemos usar. Me refiero al recurso al crédito como forma de financiar obras o inversiones que tengamos que hacer. A nuevos tiempos, nuevas oportunidades. Y hay que saber aprovecharlo todo, todo, al servicio de la misión.
A los gobiernos de muchos institutos religiosos les cuesta pedir un préstamo. Se hace en contadas ocasiones. En muchos casos se prefiere usar los recursos propios, con el peligro de descapitalizarse, antes que endeudarse y tener que pagar unos intereses. Creo que no es una buena solución. Sobre todo en los tiempos actuales, en que los intereses están muy bajos y el dinero está barato. Hay que perder ese miedo a los préstamos, como ya he dicho en otra entrada.
Sí, el dinero está barato. No estamos acostumbrados a ver el dinero como una mercancía más que se compra y se vende con un precio fijado, que no es otro que el que marcan los intereses a pagar a lo largo del tiempo hasta que se amortiza el préstamo. Pero la realidad es que el mercado del dinero está ahí. Ahora con precios de ganga, de rebajas, sería vivir un poco fuera de este mundo no aprovecharse de ello y no usar ese recurso barato para atender a nuestras necesidades.
Es una incongruencia que recorramos diversas tiendas a la búsqueda del precio más barato para el objeto que necesitamos o que pidamos diversos presupuestos a la hora de contratar un determinado servicio, pero no acudamos, nos dé miedo acudir, al mercado del dinero a comprar los recursos financieros que nos hacen falta al precio más barato que podamos encontrar.
Tenemos que poner en valor frente a los bancos, que son los que tienen las tiendas donde se vende el dinero, nuestra solvencia. Los institutos religiosos somos buenos pagadores. Y eso nos tiene que ayudar a encontrar mejores precios y plazos y condiciones. No hay que preguntar al banco de siempre. Hay que pasar por diversas tiendas/bancos hasta encontrar el mejor precio y las mejores condiciones.
De esa manera no nos descapitalizamos, no perdemos patrimonio, nos aprovechamos de los precios baratos y seguimos teniendo nuestros recursos intactos al servicio de la misión. Es verdad, nos hemos aprovechado de un recurso que pone en nuestras manos la sociedad actual, el capitalismo dominante. ¿Qué tiene de malo? También cuando vamos a la gasolinera más barata para ahorrarnos unos céntimos al comprar combustible, nos aprovechamos del mercado capitalista y de la competencia para administrar lo mejor posible nuestros recursos siempre escasos. ¿Por qué lo segundo está bien y lo primero está mal?
En la prudencia de los responsables del gobierno de los institutos religiosos estará el no apalancarse en exceso, el comprar dinero –el pedir préstamos– en la medida en que van a ser capaces de ir pagando las cuotas. Pero sabiendo también que es un instrumento normal, que no es un arma demoniaca, que es una forma como otra cualquiera de financiar las necesidades actuales de la misión a la que hemos consagrado nuestras vidas. Pero al mismo tiempo sabiendo que en la situación actual es más prudente, más sabio, pedir un préstamo a un banco que descapitalizar la provincia o la congregación, lo que es en sí mismo una gran imprudencia.
Como ya he dicho muchas veces, lo más importante es cambiar la mentalidad, romper con las inercias y saber aprovechar las oportunidades que nos da esta sociedad en que vivimos. A nuevos tiempos, nuevas oportunidades. ¡Aprovechémoslas!