Todos tenemos asesores. Hay en torno a los institutos religiosos una nube de empresas y de asesores que profesan, dicen, la mejor de las voluntades. Sólo quieren nuestro bien. Pretender aportar su perspectiva profesional, especializada. Son los que saben. Como es natural cobran según precios de mercado.
Seamos realistas. Necesitamos esas personas y/o esas empresas. La realidad fiscal, financiera, inmobiliaria en que nos movemos es suficientemente complicada como para no fiarnos exclusivamente de nosotros mismos, de nuestro criterio, de nuestra intuición. En muchas ocasiones eso no vale en la actualidad.
Pero conviene tener muy presente un texto del último documento de la CIVCSVA (Líneas orientativas para la gestión de los bienes) que es muy claro a este respecto: “Es bueno recordar que la responsabilidad última de las decisiones en materia administrativa, económica, de gestión y financiera, incumbe siempre al Instituto y no es posible dejarla en manos de laicos o de miembros de otros Institutos. Por consiguiente, los asesores pueden ser de ayuda, pero no pueden reemplazar a los responsables del Instituto.”
De perogrullo. No hace falta comentario. A lo más añadir algo: en los consejos de los asesores hay que discernir. No porque sus consejos puedan ser interesados, que a veces puede suceder (el director del banco seguro que nos recomendará los productos de su marca, que es lo que está presionado a vender por sus jefes). Hay que ir un poco más allá. Es que los asesores aconsejan desde fuera. Ellos no arriesgan en sus decisiones. Lo más que arriesgan es la pérdida de un cliente. Nosotros, en cambio, con una mala decisión podemos poner en peligro la supervivencia de nuestro instituto, la seguridad futura de nuestros hermanos o hermanas, la pervivencia de nuestro carisma y nuestro mismo servicio al Evangelio. Más claro: los asesores disparan con pólvora del rey. Y eso siempre es más fácil y más cómodo que disparar con la pólvora propia. No se sigue que el consejo sea malo por principio. Basta con ser consciente de esta realidad, de la que posiblemente ni queriendo, el mismo asesor se puede liberar.
Un ejemplo basta de los muchos que se podrían poner: a la hora de las inversiones financieras debemos tener unos criterios éticos claros. No basta con buscar la máxima seguridad para nuestro dinero. Tampoco queremos la rentabilidad máxima a cualquier precio. Con una cierta facilidad los asesores mirarán sobre todo a la seguridad y la rentabilidad. Lo de la ética es posible que se les quede un poco lejos.