En la semana de Pascua se celebró en Madrid, como todos los años se viene haciendo desde hace 44, la Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada. Ha sido una buena celebración para la vida consagrada en el sentido más amplio del término. Celebración de fiesta, de reflexión, de oración. Tengo la impresión de que religiosos y religiosas hemos pasado por unos años oscuros. Parecía que la misma iglesia nos daba ya por amortizados, como si fuésemos reliquias del pasado que no representan más que una carga molesta para la tarea siempre inmensa de la evangelización. Más de 800 religiosas y religiosos se han reunido y han visto que, a pesar de los años, hay mucha ilusión, muchas ganas, mucha capacidad. Los conferenciantes, la presencia de obispos y cardenales también, nos ha invitado a soñar caminos nuevos al servicio del Evangelio.
Todo eso está muy bien. Para servir al Evangelio entramos en nuestras congregaciones, hicimos el noviciado, nos formamos, profesamos perpetuamente. Y prometimos poner todas nuestras fuerzas al servicio del carisma de nuestra congregación. Todas nuestras fuerzas. Sin dejar pelos en la gatera. ¡Maravilloso!
Eso significa que la economía, los recursos económicos que tenemos, tiene que estar también al servicio de la misión. No hay duda. Todo por el Evangelio. Sí, todo por el Evangelio pero con cabeza. Precisamente porque los recursos de que disponemos son escasos y la misión enorme, hay que saber administrarlos con sumo cuidado.
Pongo un ejemplo. Es fabuloso que en un capítulo o en una asamblea se hagan nuevos planteamientos o sugerencias para la misión. Aparecen nuevas ideas y proyectos. Eso es bueno porque significa que estamos vivos. Las ideas dan lugar a proyectos concretos. Y de ahí a la ejecución no hay más que un paso.
Pero me da la impresión de que a veces, muchas veces, nos olvidamos de ese paso que queda: acompañar al proyecto con un anexo económico. ¿Cuánto va a costar el nuevo proyecto? ¿Cómo se va a financiar? Porque todo cuesta dinero y no vale para nada mirar para otro lado en este punto. Recordemos la ley de la dependencia en España: una ley maravillosa en sí misma pero a la que el gobierno se olvidó de añadir cómo se iba a financiar. Y así nos va. Los proyectos apostólicos y documentos capitulares deberían tener obligatoriamente un último capítulo dedicado a la financiación de esos sueños. No vaya a ser que se conviertan en pesadillas.