Decíamos en la anterior entrada de este blog que no somos una empresa. Y es verdad. No tenemos como finalidad maximizar los beneficios que se distribuirán entre los propietarios/accionistas. Lo nuestro es evangelizar de muchas y variadas maneras. Pero al menos hay dos puntos en que, aun no siéndolo, lo parecemos mucho.
El primero es claro. Por mucho que nos empeñemos, nuestra actividad misionera, evangelizadora, pastoral, asistencial o como se quiera llamar, tiene una base económica imprescindible. Sin dinero no se funciona ni se gobierna ni nada. Nos guste o no, la realidad es esa.
Y hay otra realidad, siempre presente, pero quizá más visible en la actualidad. Hay muchas personas que colaboran en nuestras actividades. Y muchos de ellos son empleados. Nosotros, religiosos y religiosas, nos guste o no, somos sus patrones.
Esto de los empleados no es argumento para echar de lado. A pocos colegios, por ejemplo, que tenga una provincia religiosa, es muy fácil que llegue a más del centenar de empleados. Conocí una provincia de una congregación femenina que tenía en torno a los mil quinientos empleados (1.500, que hay que ponerlo en cifras y en letras para que se entienda bien, como los cheques) y en la provincia no había más que una cincuentena de religiosas sin estar jubiladas.
Recuerdo que una vez, hablando con un provincial, le dije que si se había dado cuenta de que, además de ser el animador y padre espiritual de sus religiosos, el responsable de su crecimiento carismático y otras cuestiones por el estilo, era también el presidente del consejo de administración de una empresa que tenía entonces más de 600 empleados. Me miro con cara rara como diciendo “qué tonterías dice éste” y pasó a otro tema.
Así nos va. Una empresa con ese número de empleados ya no es una empresa familiar. Es una organización grande y no puede ser llevada con estilo de “dirección espiritual”. Está claro que tampoco podemos llevar a estos empleados en plan “explotación”. Tendremos que buscar un estilo evangélico pero… sin olvidar otras cosas.
Pagar mensualmente esas nóminas, hacer frente a la responsabilidad social contraída, mantener la base económica que posibilite la vida y la actividad del instituto, implica una labor administrativa que poco o nada difiere de la llevanza de una gran empresa en la que el empresario quiera ser honesto y justo con sus empleados y con sus accionistas.
Porque esa es otra. Parece que cada vez que pensamos en los empresarios los imaginamos con cuernos y rabo y el tridente en la mano. No son demonios. Hay mucho empresario que intenta ser justo, que se esfuerza por sacar adelante su empresa con mucho tesón y sacrificios y que es muy consciente de la responsabilidad que tiene contraída con sus empleados.
Por pura responsabilidad, deberíamos ser más serios a la hora de llevar nuestras cuentas, de administrar nuestros recursos, de ser responsables con nuestros empleados. Y para ellos, tenemos mucho que aprender del mundo de la empresa. No somos empresas al uso, ciertamente, pero sería bueno que aprendiésemos e imitásemos mucho de ese mundo. Precisamente para ser más fieles y eficaces en el servicio a nuestra misión.
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