Estoy seguro de que todos los que nos dedicamos de una forma u otra a la economía en los institutos religiosos hemos oído muchas veces esta afirmación: No somos una empresa. Nos la dicen nuestros hermanos y hermanas con un cierto retintín. Quieren recordarnos que lo nuestro es “otra cosa”, que no podemos pretender poner las preocupaciones de tipo económico entre las primeras o más urgentes de la agenda del instituto. Nos recuerdan que hay otras urgencias –pastorales, evangelizadores, humanitarias– mucho más importantes y que priman sobre las económicas. A más de un general y/o provincial se lo he oído decir.
En un cierto sentido, es verdad. No somos una empresa al uso. Somos un instituto religioso. No tenemos como finalidad principal vender ni comprar. Lo nuestro es evangelizar de mil maneras. Y lo de vender y comprar es sólo y sólo a veces un medio. Pero nunca un fin.
En realidad, todo depende del concepto que tengamos de empresa. El Diccionario de la Real Academia Española dice en primer lugar que empresa es “acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo”. Y sólo como segunda acepción dice que es la “unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos.” No hay que dudar que en el primer sentido somos una empresa en sentido pleno. Somos un grupo de personas que compartimos un objetivo común y a él entregamos todos nuestros recursos (materiales y personales).
Pasa que vivimos en el mundo en que vivimos y lo de empresa nos suena inmediatamente a la segunda acepción del Diccionario citado. Sobre todo a su última parte, allá donde dice “con fines lucrativos.” En ese sentido, no somos empresa. No estamos en nuestra congregación para hacernos ricos, no buscamos tener más para acumular bienes y riquezas. Nosotros ponemos todo lo que tenemos al servicio de la misión. Por lo menos, lo intentamos.
De tal manera nos repudia esa segunda acepción que sólo la mención de algunos términos del mundo de la empresa asusta ya a muchos religiosos y religiosas. Si hablamos de beneficios de cuentas de resultados, de inversiones, de rentabilidad… es casi como si mentáramos al demonio. Son cosas que quizá están ahí pero que es mejor no entender ni conocer. Nuestra vida se mueve por otros caminos, por otras sendas.
La verdad es que no somos una empresa al uso. Nuestro objetivo no es lucrativo. No buscamos ganar más. Pero tendríamos que aprender a ser astutos como serpientes (Mt 10,16) porque se nos ha enviado como ovejas en medio de lobos y no podemos dejar que nos coman el terreno. De ellos, de los lobos (del capitalismo y sus hijos dominados por el afán de ganar más) tenemos que aprender a aprovechar bien nuestros recursos, a administrar bien, para ser más eficientes en la consecución de nuestro único objetivo: evangelizar.
Conclusión: vale, no somos una empresa. Pero tendríamos que aprender mucho de ellas para ser más eficientes, para evangelizar mejor, para aprovechar mejor nuestros magros recursos sin caer en el despilfarro. No vaya a ser que lo de que “no somos una empresa” nos sirva como excusa para tirar el dinero por la ventana.
Supongo que apareciendo un (1) en el título se podrá pensar que vienen más de estos posts. ¡Bienvenidos sean!
Sin ánimo de solapar con las siguientes entregas, ni anticiparme a los acontecimientos, ni dejar de apreciar el rigor de la líneas aquí expuestas, yo me pregunto muchas veces a cuánto llega el «aprovechamiento de los recursos» por parte de un pequeño emprendedor (que está empezando en un taller, por ejemplo) comparado con el aprovechamiento que hacemos nosotros, los institutos religiosos.
Habitualmente invocamos la jaculatoria «por la paz un Ave María» y nos quedamos tan anchos. Por no tener las cosas claras y alineadas, por no discutir, por las razones que sean … utilizar el «aquí paz y luego gloria», a la corta, nos sale más barato en tiempo, en ánimo y en serenidad. Pero no nos engañemos porque, generalmente, a la larga perdemos. Perdemos porque se genera indisciplina y relajamiento. Perdemos porque los objetivos consensuados, también generalmente, se disipan en el poco a poco del día a día. Perdemos porque desgastamos a los líderes responsables. Perdemos dinero que podríamos haber compartido y usado en la misión. Es decir, a la larga nos sale MUCHO MAS CARO.
El aprovechamiento no se reduce a que no sobre comida o a ahorrar en sellos entregando el paquete a un compañero/a que va a la reunión (que también). El aprovechamiento entraña dificultad y requiere decisión y esfuerzo en el uso de los bienes y su rendimiento. También es «empresarial», vaya.
Nuestras madres nos enseñaron eso de que «no se tira nada y todo se aprovecha». Estamos en unos grupos humanos donde el mayor bien son las personas, los hijos del mismo Padre, los que somos hermanos. Me pregunto si somos capaces de aunar voluntades, alinear personas, rezar juntos al mismo Dios … para avanzar en nuestra empresa-misión.
Me pregunto si juntos somos capaces de pensar en ganar juntos como un pequeño emprendedor que sostiene su familia con el rendimiento de su sueño empresarial.
Supongo que las sabias instituciones también tenemos que aprender de los buenos empeños de los hombres buenos por crecer en el trabajo, en hacer un mundo más fácil y más humano, en colaborar con alma, corazón y vida en la empresa del mismo Dios …
El desaprovechamiento trae desidia, ésta despilfarro y éste la ruina.
Arruinados no cuidaremos bien a nuestros mayores. Arruinados seguiremos cerrando todavía más. Arruinados no podremos ser ni siquiera «pobres»: seremos históricas ruinas. Nada más.