El Banco Popular se ha caído y con él ha arrastrado a sus accionistas y bonistas. Probablemente ha sido la consecuencia de una mala gestión de años. Los especialistas dirán que estaba demasiado comprometido con el ladrillo. Posiblemente sea verdad. Y otras razones que estaban ahí pero que o no hemos visto o no quisieron que se vieran. Pero no es de eso de lo que quiero hablar.
Quiero hablar de los que han caído con él. Hay bastantes congregaciones religiosas afectadas. No sé exactamente el número pero nos quedamos con ese “bastantes”.
Lo primero es decir que para los que tenían en el Popular sus cuentas corrientes o inversiones en fondos de inversión, no tienen ningún problema. El problema, y gordo, acontece para los que tenían acciones o bonos del banco. Ya habrá ahí acumulados unos cuantos miles de euros.
Lo que se ha hecho con el Popular no ha sido más que aplicar la doctrina europea: los primeros que tienen que sufrir las consecuencias de una situación de este tipo deben ser los accionistas y los bonistas. Es decir, los propietarios del banco. Debían haber sabido en el momento de comprar sus acciones o sus bonos que esa inversión tenía sus riesgos. Los riesgos a veces no se materializan pero a veces sí. En este caso ha tocado el “sí”. En principio no hay mucho que hacer. Toca asumir con responsabilidad las consecuencias de nuestras acciones.
No vale decir “es que yo no sabía”, “es que el que me aconsejó, me dijo que no había ningún peligro”. La conclusión es fácil y contundente: tenías que haber sabido y tenías que haber buscado un consejero mejor.
Es de esperar que aprendamos para la próxima vez, para evitar caer en la misma piedra más de una vez. Es decir, que lo mismo que cuidamos nuestras inversiones a la hora de hacer, por ejemplo, obras en nuestros colegios, o contratamos una buena gestoría para asesorarnos a la hora de hacer la contabilidad de nuestras actividades o de presentar nuestros impuestos, pagando lo que sea necesario con tan de que lo hagan bien esos gestores o asesores, deberíamos cuidar nuestras inversiones financieras, pagando lo que haya que pagar para tener un asesor verdaderamente independiente. Porque el director del banco con el que trabajamos o el gestor de la gestora que comercializa productos financieros, serán muy buenos como profesionales pero es muy difícil, muy difícil, casi imposible, que sean independientes y que velen de verdad por nuestros intereses antes que por los intereses de su banco o de su gestora.
Con todo en este caso, creo que podemos hacer algo. El sector de las instituciones religiosas ha sido un cliente preferente del Popular. Quizá el poderse hacer con esa porción del mercado haya sido una de las razones que han llevado al Santander a hacerse con el “marrón” del Popular. No deberíamos dejar que nos traten mal los nuevos gestores del Popular. Tendríamos que ser capaces de enseñar músculo, de unirnos (esta es la palabra mágica) para dejarles claro quiénes somos. Si quieren seguirnos teniendo como clientes, deberán hacer alguna concesión. No nos pueden decir de un día para otro que acciones y bonos tienen valor “cero”. Nosotros habremos perdido el dinero. Ellos se arriesgan a perder un buen grupo de clientes, y de los buenos. A ver quién pierde más.
Pero eso sólo se lo podremos plantear al Santander si vamos unidos. Unidos. Dicho de una manera coloquial, si nos presentamos ante el Santander en tortilla y no en huevo frito. Claro que ¿quién liderará este movimiento?