Estamos viviendo unos días extraños. Tenemos un virus suelto por ahí y nos han dicho que lo más urgente y necesario es que nos quedemos en nuestras casas sin salir y evitando todo contacto social que pueda facilitar la propagación de un virus que está resultando muy letal sobre todo para nuestros mayores. La consecuencia del confinamiento no sólo es la paralización de la vida social. También se paraliza la economía. Vamos a tener que trabajar mucho para que la maquinaria económica se vuelva a poner en marcha. Y con ella, el trabajo, los salarios y el tener a su alcance los medios necesarios de vida para muchas personas. La crisis va a ser tremenda y todavía no imaginamos del todo sus consecuencias.
Los institutos religiosos y sus obras y actividades ya están conociendo esa crisis. No vamos a salir indemnes. La crisis nos va a afectar y mucho. Estamos en primera línea aunque solo sea porque la edad de la mayoría de nuestros hermanos y hermanas nos sitúa en el grupo de mayor riesgo. Pero, además, nuestras obras van a conocer serias dificultades económicas. Vamos a tener tiempo para evaluarlas y tomar las decisiones que aminoren sus consecuencias. Habrá que seguir hablando del tema.
Pero ahora hay que tener presente también lo más urgente: atender a los que están siendo golpeados por el confinamiento y tomar las medidas necesarias, desde la fraternidad, desde la solidaridad, desde el evangelio que profesamos, para no dejarlos solos.
En los primeros que se me ocurre pensar en es los que no tienen casa. ¿Dónde se pueden confinar los que habitualmente viven en la calle? ¿En qué casa se pueden quedar si no tienen? ¿Dónde estarán los que pedían limosna a las puertas de nuestras iglesias?
Como escribo en España, se me ocurre pensar en otro grupo que vive ahora mismo en la más absoluta marginación e invisibilidad. Son los inmigrantes recién llegados. Vinieron a España (se me ocurre que lo mismo puede suceder en otros países) en busca de trabajo, huyendo muchas veces de situaciones de violencia. Se encontraron con una legislación complicada que les impide trabajar en situación de legalidad durante meses e incluso años. Mientras tanto, tienen que sobrevivir con trabajos de mala muerte y sin ninguna seguridad (es falso el mito de que según llegan ya tienen un sueldo del Estado o del Ayuntamiento). Realquilan una habitación. Es ilegal pero no hay otra solución. En la situación actual los trabajillos que conseguían antes han desaparecido. Tienen que quedarse en esa habitación. Sin salir. ¿Cómo la van a pagar? Además, no tienen ninguna cobertura social. Simplemente no existen. Ni siquiera tienen derecho a cobertura médica.
Entiendo que vamos a tener muchos y graves problemas económicos en nuestros institutos. Los administradores deberían estar ya evaluando los daños y pensando qué medidas van a tomar para minorarlos todo lo posible.
Pero eso que es importante no nos debería impedir tener en cuenta lo más urgente: la atención solidaria a los que les está tocando la peor parte en esta crisis del coronavirus. Dado lo extraordinario de la situación, no bastará con pensar en las partidas que se presupuestaron para donativos. Habrá que gastar eso y más. Porque lo urgente ahora es atender a los que se quedan fuera del sistema. A los que no tienen para comer ni para pagar esa miserable habitación realquilada en la que viven familias enteras. Caritas, Cruz Roja y otras organizaciones están trabajando mucho por atender a esos hermanos y hermanas nuestras. Hoy lo más urgente es prestarles, en la medida de lo posible y un poco más allá, nuestros recursos tanto humanos como económicos.
Es importante atender a nuestros problemas, a los de nuestras obras y actividades, pero es más urgente atender a estos que, de ordinario, son los últimos de la sociedad y, en esta crisis, lo son más.