Alguna vez leí que la vida religiosa se había convertido en una especie de paquidermo, un enorme y pesado animal, muy lento y con mucha dificultad para cambiar de rumbo una vez que ha cogido una dirección. No es lugar para entrar en disquisiciones teológicas pero sí podemos decir que, al menos en el campo de la administración, la comparación no está mal traída.
Nuestras instituciones, congregaciones o provincias, tienen dificultad para cambiar de ruta, para tomar decisiones. Digo yo que influirá también lo de la edad. Con los años nos vamos haciendo todos más conservadores y menos creativos. El cambio nos asusta un poco y preferimos hacer las cosas como siempre se han hecho. Aunque en la práctica eso signifique un despilfarro enorme, una fuga de los recursos que son tan vitales para la misión a la que está llamado el instituto.
Vamos a poner apenas dos ejemplos. Si todos tenemos móvil, ¿alguno ha pensado para qué nos hace falta mantener el número fijo y una centralita, como hay en muchas casas? Ya me sé la respuesta: que no todos tienen móvil. Pues es más económico darle a todos un móvil y hacer un contrato con una operadora que cubra al grupo. Habrá excepciones, seguro. Pero se puede pensar. O quizá podemos pensar en abandonar las grandes estructuras (edificios) en que vivimos en ocasiones porque se pensaron para comunidades de muchas personas y ahora estamos reducidos a dos o tres nada más. Que la vida religiosa no está unida a esos edificios sino que está en las personas. O es que nos hemos terminado acostumbrando a unos espacios “vitales” a los que no queremos renunciar por “comodidad”. ¿Dónde se nos quedó lo de la pobreza y la austeridad?
La que decía que la vida religiosa se había convertido en un paquidermo decía también que ahora, con estos cambios por los que estamos pasando, es posible que nos convirtamos en pajarillos, ligeros y capaces de saltar de un lugar a otro, de empezar de nuevo con mucha facilidad, sin estar atados a ninguna estructura. De olvidar aquello de “siempre se ha hecho así” para empezar a pensar “cómo lo podemos hacer mejor”. Por lo menos, desde el punto de vista del que quiere poner los recursos de personal y económicos al servicio de la misión, sería deseable que esa metamorfosis se produjese cuanto antes.