A veces pensamos que las normas y las leyes son una molestia, una carga, un impedimento que nos hace la vida más difícil. La vida de familia, pensamos, se arregla de otra manera más sencilla. Nos podemos saltar las normas en nombre de que todos somos buenos y tenemos buenas intenciones. La realidad es que en su mayor parte el derecho, las normas, canónicas y civiles son fruto de la experiencia y se han dictado para facilitar la convivencia y la resolución de los problemas y conflictos que surgen, inevitablemente y aunque todos tengan buena intención, en las relaciones entre las personas y los grupos. La ley nos protege, protege nuestros derechos y evita conflictos.
Esto viene a cuento de que el fin de semana pasado participé en la asamblea de una asociación formada por muchas congregaciones religiosas. Y me dio pena el espectáculo que ofrecimos y que ofrecieron, sobre todo, los responsables de la asociación (a los que sin duda hay que agradecer su trabajo de años). Todo parecía que se tenía que llevar de una manera muy familiar, pero la realidad es que no se respetaron las normas básicas del derecho, que los responsables no parecían siquiera conocer los estatutos de la asociación y que no había por allí ningún abogado que facilitase las cosas. Para un observador ajeno, ofrecimos una imagen lamentable.
Debemos aceptar que las normas, la mayoría de ellas, están para protegernos y para proteger los derechos de los más débiles. Si, por ejemplo, en una asamblea hay que hacer una votación, es mejor hacerlo por voto secreto que a mano alzada. Casi con toda seguridad los participantes votarán con más libertad, sobre todo los más tímidos y débiles.
En una de las primeras comunidades a que fui destinado, al elegir en reunión comunitaria al que iba a ser ecónomo de la comunidad, el superior dijo que “no vamos a andar con papeletas, estamos en familia, lo hacemos a mano alzada”. No me atreví a decir nada. Tampoco me atreví, era muy joven, a disentir de los demás en el momento de la votación. En aquella ocasión se atropellaron mis derechos.
En la asamblea a que he hecho alusión más arriba, también se dijo que las votaciones serían a mano alzada (se puso la disculpa del covid, pero, en realidad, en esas asambleas las votaciones siempre se han hecho a mano alzada). Eso no está bien. Es una forma de hacer más difícil que se expresen los que quizá tuvieran una opinión diferente.
Hay otra razón más. Hay lugares y ambientes en los que tiene que primar la vida de familia, la comunidad. Pero una cosa es la reunión de catequistas de la parroquia y otra una asamblea o un capítulo o las decisiones de un gobierno provincial o general. Conviene en estos casos cumplir escrupulosamente las normas. Así se defenderán mejor los derechos de todos y se evitarán los conflictos. Porque la ley nos protege. Y lo dicho se aplica igualmente si lo que se trata es de un consejo de administración o cualquier otro tipo de reunión que esté sometida a la legislación civil.
Asesorarnos con abogados y cumplir al detalle las normas puede complicar los procesos, pero, a la larga, nos ayuda y facilita la vida a todos. La ley nos protege y protege los derechos de los más débiles. Como cuando el coche se para en el paso de peatones para que pueda pasar una persona. La ley nos protege.
Hace falta cumplir la ley, canónica y civil, y hacerla cumplir. Para proteger nuestros derechos. Para proteger los derechos de los más débiles. Para hacer las cosas bien. Es lo mismo que ya decía en entradas anteriores, la que llamé Cumplir la ley y la titulada Respetar la legalidad. Es una pena que haya que repetirlo, pero a base de repetir y repetir igual terminaremos teniéndolo presente. Porque la ley nos protege.