En mis encuentros con los responsables económicos de las congregaciones religiosas aparece muchas veces una cuestión simple: se incrementan los gastos y disminuyen los ingresos. ¿Cómo se puede aguantar esa situación? ¿Cómo darle la vuelta? La idea de aumentar los ingresos aparece como una posibilidad muy lejana, casi utópica en el peor de los sentidos. Hay que atacar por el otro lado: disminuir los gastos. Pero aquí suele haber un conflicto: hay que invertir para ahorrar, hay que gastar más a corto plazo para gastar menos a medio/largo plazo. Es decir, para recortar los gastos, paradójicamente, hay que gastar. Invirtiendo tiempo y dinero.
Alguno pensará que esta paradoja no tiene sentido. ¿Invertir para ahorrar? ¡Imposible! Pero sí lo tiene en cuanto seamos capaces de comprender que ese gasto a corto plazo en realidad no es tal gasto sino una inversión. Según entro en Internet y pongo “diferencia entre gasto e inversión”, me encuentro con la siguiente idea: “La diferencia fundamental entre gasto e inversión es el retorno esperado de cada uno de ellos. Mientras que en la inversión se espera conseguir rendimiento en el futuro, el gasto es la simple utilización de un bien o servicio a cambio de una contraprestación.” Religiosos y religiosas tenemos que aprender a invertir más y gastar menos. Y tenemos que aprender a invertir para gastar menos.
Vamos a un ejemplo y lo entenderemos rápidamente. Podemos seguir pagando cada mes la factura de la electricidad y quejarnos amargamente de lo mucho que nos cuesta ese servicio. O podemos movernos para hacer una inversión en placas de energía fotovoltaica con lo que, a pesar de hacer un gasto/inversión inicial relativamente grande, a medio y largo plazo vamos a ahorrar mucho más en la factura mensual de la electricidad.
Otro ejemplo: podemos contratar a una persona para centralizar todos los proveedores y suministros de la provincia. El sueldo de esa persona no es un gasto sino una real inversión porque posiblemente su trabajo nos va a ofrecer unos retornos muy sabrosos en ahorros de gasto en los diversos proveedores y suministros. A primera vista, nos puede asustar pensar en el coste salarial que representa esa contratación, pero seguro que, si hacemos cuentas en los beneficios/ahorros que va a suponer en muy diversas materias (suministros de gas, electricidad, gasóleo, seguros tanto de vehículos como de inmuebles, mantenimientos diversos de nuestros edificios, empresas que se encargan de la atención a nuestros mayores, etc. y seguimiento de todos esos contratos), llegaremos a la conclusión de que el ahorro es mayor que el coste de esa persona.
Entre las religiosas y religiosos no suele haber personas capaces de hacer ese trabajo. No nos formaron para ello. Nos cuesta mucho entrar en ese tipo de negociaciones. Tenemos que ser capaces de supervisar su trabajo, ciertamente. Es importantísimo hacer bien esa supervisión. Pero es mejor dejar que ellos hagan ese trabajo.
Una última idea: lo que se trata es de contratar a personas capaces y por un salario de mercado. No vaya a ser como aquella congregación que contrató para ayudar en la administración a una persona que era muy cercana, muy de casa, muy «nuestra», pero que no sabía nada de contabilidad. Estoy seguro de que me han entendido. Así que, recordemos, hay que invertir para ahorrar. Y se puede ahorrar mucho. Y aprovechar mejor nuestros recursos, siempre escasos, para la misión, que no otro puede ni debe ser nuestro objetivo.
Impotantisimo. evangélico y preventivo a la vez el artículo. Dios lo bendiga
Este tema es fundamental, muchos religiosos y religiosas no lo entienden pero es un realidad. Tenemos que ponerlo en practica para nuestro bienestar y progreso. Bendiciones.