Hubo una vez una provincia religiosa que celebraba su primera asamblea. Todos los religiosos (o religiosas, porque no recuerdo bien ese detalle) se sintieron animados a participar en lo que era la primera asamblea de ese tipo que se celebraba en la historia de la provincia –estamos hablando de hace unos cuantos años, claro–. Les dijeron que era una nueva forma de avivar el sentido de la corresponsabilidad de todos en la tarea común que era la misión y la vida de la provincia.
Dos días de asamblea y convivencia. Tiempos de oración y tiempos de diálogo. Encuentro de los hermanos. El gobierno provincial iba exponiendo e informando de todos los detalles de la vida de la provincia, del itinerario que se iba haciendo, de cómo se iban cumpliendo las determinaciones del anterior capítulo provincial. Todo iba bien. Hasta que llegó el momento de informar de la economía. El momento se esperaba con cierta ansiedad porque de esas cosas la mayoría no suelen estar demasiado informados.
Se levantó el ecónomo provincial. Llevaba ya varios sexenios en el cargo. Hizo una intervención cuidada y profusa. Explicó muchas cosas. Pero lo mejor no fue su explicación. Lo mejor fue lo que sucedió después. Al terminar, se abrió un turno para las preguntas y el diálogo. Y allí levantó la mano uno de los religiosos. Ya tenía años. Había pasado la mayor parte de su vida como profesor de matemáticas en uno de los colegios de la provincia. Hasta había escrito algún libro sobre el tema. Levantó la mano, le concedió el provincial la palabra y se puso en pie para decir: “Estimado padre ecónomo, después de dedicarme toda la vida a las matemáticas es la primera vez que escucho una información de temas económicos sin haber escuchado ni una sola cifra”.
Era verdad. En su exposición el ecónomo se había prodigado en “mucho”, “poco”, “algo”, “casi nada”, “algo más” pero no había dado ni una sola cifra concreta. Casi podríamos decir que había logrado la cuadratura del círculo: informar de economía sin cifras ni tantos por ciento. Y, claro, los oyentes casi aplaudieron a aquel padre que hizo la pregunta.
Valga la historia para reírnos un rato. Pero también para tener presente que no puede haber corresponsabilidad sin información y transparencia. No se puede pedir a las personas que se hagan responsables de lo que es de todos si no se les da la información necesaria para saber en dónde están y de qué son responsables. Esto es así en un país, en una provincia religiosa, en una diócesis y en una comunidad. Cuando se oculta información, no se puede pedir luego responsabilidad.
Habrá que hablar en otra entrada de cómo se tiene que vehicular esa información, de qué órganos y consejos hay que establecer en una provincia o en una congregación para que haya un verdadero y democrático control (¿por qué a veces tengo la impresión de que le tenemos miedo a estas palabras en la vida religiosa?) de las decisiones y asuntos económicos que tan importantes son para la estabilidad y futuro de los institutos religiosos.
¡Buena Semana Santa y Feliz Pascua de Resurrección para todos!