Es una de las pocas cosas que se me quedaron grabadas cuando estudié contabilidad hace ya unos cuantos años. Es que la contabilidad tiene que ser la imagen fiel de la realidad económica contabilizada. Contabilidad, imagen fiel. Dos términos o dos ideas, que se mantienen unidas en mi memoria. Sin contabilidad bien hecha, no puede haber imagen fiel. Y si la contabilidad no es imagen fiel de la realidad, entonces es que no sirve para nada, porque no sirve para tomar decisiones económicas bien fundamentadas.
Hace unos años me encontré al cargo de una asociación. De las primeras cosas que me preocuparon al hacerme cargo de la economía, fue ver cómo estaba el tema del dinero. Fui a ver los libros y descubrí que la contabilidad, realizada por una gestoría, estaba hecha con el único objetivo de presentar bien las cuentas ante Hacienda. Con sorpresa, vi que aquella contabilidad no daba ninguna información sobre la realidad económica de la asociación. Todos los temas de impuestos estaban perfectamente contabilizados, pero lo que se veía en los libros no decía nada sobre cuáles eran los gastos específicos de la asociación, si se gastaba más en esto o en lo otro. Igualmente no había ninguna claridad sobre los ingresos. Todo estaba anotado pero no se sabía de donde venía cada cosa.
La gestoría no tenía ninguna explicación sobre el asunto. No sólo eso. Se sentían orgullosos de su trabajo. ¡Las declaraciones ante Hacienda se hacían perfectamente y en su tiempo!
Me da la impresión de que eso mismo le sucede a algunas congregaciones religiosas. Piden ayuda a una gestoría para que lleve la contabilidad de sus actividades e, incluso, de sus comunidades. La gestoría lo asume –cobrando, naturalmente– y termina haciendo una contabilidad que no sirve en absoluto para gestionar porque no desentraña los movimientos económicos de la institución, porque la única preocupación de la gestoría es que se presenten bien las cuentas ante Hacienda. Y se olvidan de que la economía tiene que ser ante todo imagen fiel, en orden a facilitar que se tomen las decisiones económicas más necesarias y adecuadas para la buena marcha del instituto o de las actividades o de las comunidades.Como ya dije en otra entrada, la contabilidad sirve para algo.
No basta con pedir a una gestoría que lleve las cuentas. Además, hay que indicar a la gestoría cómo se quiere que se contabilice, qué plan de cuentas queremos que se use, cómo nos las debe presentar.
Y los que están en el gobierno de los institutos, o de sus actividades o de sus comunidades, deben saber lo suficiente de contabilidad como para entender los informes básicos de la contabilidad: cuenta de resultados, balance de situación, libro mayor, etc. ¿Cómo si no van a poder tomar decisiones que tengan aparejadas implicaciones económicas? Y no está de más recordar que todas, todas, las decisiones que toma un gobierno religioso tienen consecuencias económicas.
Por tanto, ante la contabilidad tenemos que tener dos exigencias. La primera es que sea realmente imagen fiel de la realidad. Si no es así ni es contabilidad ni sirve para nada. Y la segunda, es que tenemos la obligación, sí obligación, de entender mínimamente el lenguaje contable. Si no es así, ¿cómo nos atrevemos a tomar decisiones? Entra dentro de lo posible que hasta estemos poniendo en peligro la viabilidad futura del instituto. Y eso es muy grave.