Se va a acercando el fin de año. Hay que ir revisando las cuentas y los libros de contabilidad. Hay que repasar los asientos. Es el momento en que nos damos cuenta de que hemos confundido más de una vez el debe con el haber. Y es el momento de hacer las oportunas correcciones. Pero también hay que hacer algo más: las amortizaciones.
Me atrevería a decir que en muchos institutos no se hacen asientos de amortización. Ni a nivel local ni a nivel provincial. Simplemente no se hacen. Antes que enfrentarse con un concepto que parece en sí mismo oscuro y proceloso, se mira para otro lado y se pasa al siguiente asunto.
Es una gran equivocación. Las amortizaciones no son sólo un asiento contable más, algo que no tiene nada que ver con la realidad. Algunos dicen que no hay que hacerlas porque no son ningún gasto real. De alguna manera tienen razón. No es un gasto real actual sino la forma de asentar un gasto que se hizo anteriormente en un bien cuyo disfrute dura varios ejercicios y cuyo gasto se distribuye, lógicamente, entre esos mismos ejercicios.
Pero es normal que no se entiendan bien lo que son las amortizaciones cuando no se ha pasado de considerar la contabilidad más que como un deber al que nos obligan desde arriba o desde fuera. Cuando la contabilidad no se utiliza como herramienta básica para comprender la realidad económica de nuestra institución. Desgraciadamente esto es realidad en demasiados casos.
Valga por ahora decir que asentar las amortizaciones es una forma de ir haciendo caja para el momento en que haya que sustituir o reemplazar esos bienes de inversión que tanto nos han costado, que duran varios años pero que en algún momento habrá que renovar o simplemente desechar para comprar otros nuevos. Y por bienes de inversión se entienden fotocopiadoras, coches, edificios, etc. Todo eso.
Quizá lo podría explicar de otra manera: según hacemos un edificio, por ejemplo, deberíamos calcular los años que va a durar, dividir el coste total entre esos años, y empezar a guardar cada año esa misma cantidad en un fondo donde se vaya acumulando. De esa manera, cuando el edificio (o coche o lo que sea) haya que renovarlo, tendremos ahorrado el dinero necesario para ello y no nos lo habremos gastado alegremente en otras cosas. En la práctica esta propuesta es lo que en contabilidad se llama hacer amortizaciones. No hacer esa reserva puede poner en peligro el futuro de las obras y actividades de un instituto. Y eso no queremos que suceda. Así que será mejor comenzar a hacer amortizaciones.
Clarito y fácil de entender. Claro que, mejor aplicarlo solo a lo que verdaderamente vale, ¿verdad?