Así de buenas a primeras el título de esta entrada no debe parecer nada atrayente. Pero concédanme unos minutos porque el asunto es importante. Las siglas RSC o RSE significan “responsabilidad social corporativa” o “responsabilidad social empresarial”. Alude a las empresas que se toman en serio su responsabilidad frente a la sociedad a la que ejercen su actividad.
Hay cuatro dimensiones en las que esa responsabilidad social se ejerce (o no se ejerce, claro): ante el medioambiente, ante la comunidad o sociedad, ante el mercado (los clientes a los que hay que ofrecer la calidad debida) y ante los trabajadores que participan en la empresa.
Decir que una empresa asume su responsabilidad social corporativa (RSC) significa que se compromete a ejercer su actividad, 1) buscando el beneficio necesario, pero siempre respetando el medio ambiente; 2) teniendo en cuenta la sociedad en la ejerce su actividad, contribuyendo a su desarrollo y crecimiento; 3) comprometida a ofrecer a sus clientes unos productos con la calidad prometida al tiempo que realiza su producción con la transparencia necesaria; y, la última pero no la menos importante, 4) teniendo en cuenta el bienestar de los trabajadores y empleados que hacen posible la actividad de la empresa. Porque al final la empresa no existe, lo que existe son personas. Hacer que esas personas puedan crecer como tales, puedan formarse, puedan conciliar su vida laboral con su vida familiar, etc. Debe formar parte de los objetivos de la empresa.
¿En qué nos afecta todo eso? Quizá, en primer lugar, nos podríamos preguntar si nuestras empresas/actividades cumplen con esa “responsabilidad social corporativa”. En segundo lugar, podríamos plantearnos si las empresas con las que contratamos los servicios que necesitamos (construcción, comedor en los colegios, y tantas otras) cumplen con esos estándares mínimos de ética social. Los dos temas son muy interesantes y habría que dedicar un blog a cada uno.
Pero también tienen que ver con nuestras inversiones financieras. Deberíamos presionar a los que nos suministran productos financieros, bancos y gestoras, para que nos ofrezcan productos que inviertan en empresas que, al menos, respeten esos mínimos éticos. No podemos ir a nuestro gestor financiero preocupados exclusivamente por la seguridad o por el rendimiento de nuestras inversiones. También nos importa mucho el cómo y el dónde se invierte nuestro dinero. Religiosos y religiosas somos muchos y tenemos suficiente presencia en el mercado financiero como para exigir que nos ofrezcan productos que estén de acuerdo con nuestros criterios éticos. Lo de la RSC es una forma de empezar. Es una forma de exigir unos mínimos. Hay que ir creciendo en exigencia. Pero nuestros gestores deben tener claro que si quieren trabajar con nuestro dinero deben jugar el partido en el campo que nosotros queremos y no en el que resulte más beneficioso o interesante para ellos.