Hace unos días estuve hablando con un asesor inmobiliario. El tema de nuestra conversación giraba en torno a la valoración que hacemos de nuestros inmuebles. El punto de partida era la desamortización práctica que muchas de las propiedades de los religiosos sufrieron con la elaboración en los años 60 ó 70 de los primeros planes de urbanismo en muchas ciudades españolas. Digo desamortización y me reafirmo en ello. Ciertamente, esos planes no nos quitaron la propiedad para dársela a otros. Pero cambiaron/redujeron casi a cero el valor de muchas de esas propiedades.
Aquellos planes de urbanismo se encontraron en gran medida con ciudades ya hechas. Así que decidieron reconocer lo que estaba hecho. Si en un barrio, construido en plan salvaje y sin orden, había un colegio de una institución religiosa, la solución más sencilla era declarar ese terreno “zona de servicios escolares/educativos” o como quiera que se llamase en aquel momento. Así el barrio ya tenía esos servicios tan necesarios y el plan urbanístico quedaba más bonito.
En principio, quizá nos pareció bien. Se reconocía nuestra labor y nuestra presencia en el barrio. Pero esa “calificación” tuvo en muchos casos –me atrevería a decir que la mayoría– otra consecuencia inesperada: el cambio de valoración económica de la propiedad que pasaba a ser prácticamente cero. Eran terrenos que se habían comprado como terrenos normales, aptos para cualquier tipo de edificación. Y a precio normal de mercado.
Claro que no todo es blanco o negro. También esa calificación nos libró del pago del IBI por ser un terreno de servicios y nosotros estar usándolo para un fin educativo. Pregunta: ¿Ha valido la pena esa exención de impuestos a cambio de esa pérdida de valor? Ahí está la cuestión clave.
Cada uno podrá dar la respuesta que quiera. Personalmente, creo que todo lo que sea buscar exenciones impositivas de cualquier tipo no es bueno a la larga. Nos crea muchas ataduras. ¿Cómo podemos decir que somos profetas si el poder nos hace favores que nos sitúan en un lugar privilegiado en la sociedad? ¿Podemos morder la mano que nos da de comer? Alguno dirá que la obligación de pagar esos impuestos nos ahogaría. Vale. Quizá descubriríamos que podemos renunciar a muchas propiedades actuales. Da para mucho el tema. Pero conviene que alguna vez nos lo planteemos. Sin darnos la respuesta antes de hacer una tranquila y honesta reflexión y de poner todas las objeciones y dudas sobre la mesa. Y en el centro, por supuesto, el Evangelio.