Ya parece que vamos saliendo de esta pandemia mundial. No en todos los países del mismo modo y al mismo ritmo pero estamos viendo ya la luz al final del túnel. De lo que no estamos tan seguros es de ver el final de la crisis económica que la pandemia ha provocado. Esto va a ser duro. Ya he escrito sobre la gravedad de la situación en la entrada titulada En tiempos de desastre. Pero creo que la situación es tan grave y con tantas consecuencias económicas para la sociedad en general y para los institutos religiosos en particular que hay que insistir en ello. Hay que hacer el cálculo de las pérdidas y ponerlo sobre la mesa. Negro sobre blanco. Para que religiosos y religiosas, no sólo sus gobiernos, se den cuenta de la gravedad de la situación.
En aquella entrada se decía que una de las medidas urgentes para comprender cómo nos va a afectar la situación debería ser el rehacer los presupuestos de comunidades y actividades. Lo aprobado a finales de 2019 o principios de 2020 es ya papel mojado. No tiene nada que ver con la realidad. Hacer de nuevo esos presupuestos permitirá hacerse una idea de dónde podremos estar a fin de año. No solo es cuestión de imaginarse que los ingresos van a bajar considerablemente. Hay que poner números concretos a esas suposiciones. Hay que hacer el cálculo de las pérdidas. Hay que saber dónde van a estar esas heridas, que actividades y comunidades van a sufrir más. Hacer una cuenta de resultados previsional nos ayudará a entender la magnitud de los daños. En algunas provincias o congregaciones religiosas los daños se podrán contar, con toda seguridad, con seis ceros en lo que se refiere a la relación ingresos y gastos ordinarios.
Alguno dirá que no pasa nada porque con los ingresos de las inversiones, tanto financieras como inmobiliarias, se cubrirán esas pérdidas. O quizá incluso deshaciendo alguna inversión. Ciertamente que así se saldrá del paso pero eso es gravísimo porque supone entrar por el camino de la pérdida de patrimonio. Eso es “pan para hoy y hambre para mañana”.
La situación es grave. Esa cuenta de resultados previsional tiene que hacernos pensar y reflexionar. Tanto como para plantear medidas urgentes y extremas. La primera de ellas, sin duda, que responsables de actividades y comunidades, tomen conciencia de la situación. Valdría la pena que se mantuviesen reuniones de los gobiernos provinciales con los equipos directivos de las actividades más afectadas y con los miembros de las comunidades para poner los números sobre la mesa y hacer que todos se den cuenta de la que está cayendo y de la que va a caer. Este no es un problema del gobierno provincial o general. Es un problema de todos. No hay que dejar que nadie piense que la madre congregación acudirá al salvamento sacando de sus fondos que algunos piensan que son inagotables. En algunos casos porque la madre congregación no dispone de fondos suficientes y en otros porque sería una mala práctica descapitalizar la congregación, comprometer su futuro para que una actividad, un colegio concreto, pueda seguir funcionando como si nada hubiese sucedido. Lo que se dice de las actividades se aplica por igual a las comunidades. Habrá que hacer un estudio muy serio para ver cómo se pueden incrementar ingresos (difícil) y reducir gastos (más posible si nos disponemos a romper con inercias y comodidades varias).
Los gobiernos están muy acostumbrados a pasar por comunidades y actividades para explicar las conclusiones de capítulos o asambleas, para animar la vida espiritual de las personas, etc. Por una vez, sería muy conveniente que, dada la gravedad de la situación, pasasen por comunidades y actividades (hoy todos hemos descubierto lo que dan de sí las videoconferencias y lo que se ahorra en viajes) para explicar los números previstos, para presentar a todos el cálculo de las pérdidas previstas, para hacer caer a todos en la cuenta de dónde estamos y para pensar juntos que no podemos seguir como seguíamos, que no se trata solo de dar un donativo extraordinario a Cáritas.
Hay que hacer algo más. Hay que buscar juntos soluciones y respuestas nuevas y creativas (todo lo opuesto a la parálisis y la inercia habituales) para una crisis que se puede llevar por delante la viabilidad de muchas actividades y comprometer la futura viabilidad de la provincia y/o congregación. Poner paños calientes con slogans del tipo de “juntos lo vamos a lograr” y sonrisas profidén, no soluciona nada sino que empeora la situación. Hace falta mucho realismo y comunicar sin miedo a todos la gravedad de la situación.
Merece la pena poder encontrar en este blog lo que es una profunda preocupación de los religiosos que hemos sido «investidos» con la responsabilidad de la administración y gestión.
No sólo felicito al autor sino que comparto y apoyo tanto la atención que muestra a la situación como la solicitud de implicación a los verdaderos responsables canónicos y civiles de la gestión del sostenimiento de nuestra misión evangelizadora.
Es tarea de todos. De los ocupados y de los mayores y formandos. De los fieles devotos de la Providencia divina y de aquellos que tienen una temporada eventualmente más difícil.
Ante esta situación única en la historia, se supone que nuestra respuesta también debe ser proporcionalmente única. Es debido usar los mecanismos habituales. Será preciso encontrar los extraordinarios para salir y ayudar a salir de esta crisis.
Felicidades y todo mi ánimo.
GBR
Por supuesto que totalmente de acuerdo.
Muchas gracias
Gracias Fernando por tu lucidez y precisión… como tantas veces dando en el clavo… La situación es muy grave… «la madre congregación también participa de esta crisis…
Feliz día de S. Fernando