Me van a permitir que insista pero es que éste me parece que es uno de los problemas graves que tenemos en la administración. En los tiempos de vacas gordas nadie piensa en ahorrar, en administrar bien. Parece que sólo cuando llegan las vacas flacas, los tiempos de crisis y caída libre, se nos ilumina la mente y caemos en la cuenta de que los recursos son escasos y hay que administrarlos con mucho cuidado evitando todo despilfarro.
Ya lleva uno muchos años de vida. Me ha tocado pasar por varias crisis económicas en mi país. Y hay una constante que se repite en cada crisis. En ese momento los políticos, los empresarios, los economistas de turno es cuando se acuerdan de que hay que hacer reformas estructurales. Son esas reformas que hacen sangre, que cuestan mucho dolor. Son esas reformas que se podrían haber hecho con mucha más facilidad y con mucho menos coste, económico y humano –sin duda el coste mayor y más gravoso– en los momentos de alegría, cuando la locomotora de la economía tiraba a pleno rendimiento. Pero, ¡ay!, nadie se acordó de hacerlas entonces. Y de aquellos polvos vienen estos lodos.
Da la impresión de que los momentos de bonanza económica llevan consigo inevitablemente la tendencia, la tentación, a caer en el despilfarro de los recursos. Somos tan ingenuos que en esos momentos nos parece que la prosperidad va a durar para siempre. Se nos olvida la historia, la general y la nuestra personal, en la que hemos conocido tantos momentos de penuria, de pobreza, de vivir en el desastre económico, con todas las terribles consecuencias que llevan consigo para la vida de las personas y las instituciones.
Hay que luchar contra esa tendencia al despilfarro. Tiene que ser objetivo primero. Hay que administrar siempre como si estuviéramos en plena crisis. Hay que cuidar con mimo los recursos disponibles. Siempre, por definición, son escasos, por mucho que nos dé la impresión de que son tantos que parecen infinitos.
¿Y qué es despilfarrar? Despilfarrar es no revisar los contratos con los proveedores. Despilfarrar es hacer obras inútiles. Despilfarrar es contratar personal que no es del todo necesario. Despilfarrar es hacer las cosas porque siempre se han hecho así, dejándonos llevar por las inercias. Despilfarrar es hacer las cosas sin planificar ni programar, dejándonos llevar por la última urgencia. Despilfarrar es no hacer esas reformas estructurales que nos llevarían a usar mejor nuestros escasos recursos. Despilfarrar es no hacer provisiones ni fondos que aseguren la viabilidad futura de nuestra institución cuando lleguen, que llegarán, las vacas flacas. Despilfarrar es seguir años y años con el mismo proveedor (banco, carnicero, constructor…) sin buscar alternativas y nuevos presupuestos o sin revisar precios y condiciones.
Podríamos seguir diciendo lo que es despilfarrar. Pero lo que es claro es que el despilfarro es un ataque directo a la misión, que es el centro y razón de ser de nuestras instituciones. Es tiempo de mirar cada uno a su casa. De darnos cuenta que los recursos que tenemos no son infinitos y que nos tienen que servir para atender a las necesidades de hoy y a las de mañana y pasado mañana cuando, casi seguro, lleguen épocas de penuria o, simplemente, se multipliquen nuestras necesidades. Y de tener claro que evitar el despilfarro, cuidar nuestros recursos, tiene mucho que ver con aquello del “patrimonio estable” del que ya escribí en otra entrada de este blog.