En un post anterior, hace un mes, hice prácticamente un resumen de lo que iba a ser el artículo que se ha publicado en el número de diciembre de la revista “Vida Religiosa”. Pero se me pasó poner dos breves comentarios, casi se podría decir que dos notas a pie de página, que en mi opinión tienen su importancia y que quizá merecerían un comentario más amplio.
La primera me la recordó un amable lector que me señaló que no había hablado de la “misión compartida”. Es verdad. Fallo inexcusable el de dejar de lado uno de los mantras que ha recorrido por delante y por detrás nuestra relación con los laicos. Ha sido como un darnos cuenta de que la misión no es exclusiva nuestra sino que pertenece a la iglesia en su conjunto. Todos compartimos la misión de anunciar la buena nueva de Jesús. Todos y cada uno lo hacemos desde nuestra posición y lugar en la Iglesia. Así pues, la misión compartida es la forma como vivimos la misión. No hay otra. Aunque también, siendo sinceros, deberíamos reconocer que sólo nos hemos dado cuenta de esa realidad teológica cuando nos han faltado las fuerzas para llevar adelante solos o en abrumadora mayoría las obras en que se concreta aquí y ahora nuestra misión. Pero eso no invalida el descubrimiento. No puedo menos que estar de acuerdo con la “misión compartida”.
Dicho esto, hay que añadir un hecho que no es baladí aunque a veces se prefiere no hablar de ello. Es que en la mayoría de los casos en que hablamos de “misión compartida” esa relación está filtrada, pasa por, una relación laboral. Es decir, el instituto religioso es el empleador o patrón y el laico/a es el trabajador o empleado. Esa relación laboral es jerárquica. Impone en sí misma un arriba y abajo. Uno que manda y otro que obedece. Y eso condiciona la forma como se vive la misión compartida. Porque el hecho de que el laico que colabora con el instituto dependa del salario hace que su relación con el carisma y la misión de la institución en que trabaja no sea tan libre como si no existiese esa condición. No digo que esa relación haga desaparecer la misión compartida, pero sí digo que la condiciona.
Y hay otro comentario que me gustaría añadir a mi texto de “Cuidar a los laicos”. Es que muchos de los problemas que surgen en esa relación laboral no tienen su origen en que los laicos o trabajadores sean malos sino que en que no hemos sabido mandarlos bien desde el principio de esa relación. Es que lo de mandar bien es un verdadero arte. Significa estar cercano, como decía en el otro post, pero también significa decir con claridad lo que se espera del empleado y exigirle que cumpla con su trabajo. Tiene que haber un diálogo pero no puede ser que el empleado termine imponiendo sus condiciones de horario y forma de trabajo. Tenemos que plantearnos con mucha claridad para qué se contrata y qué trabajo queremos que haga la persona a la que se contrata. Ya me he encontrado con algún caso en que por aquello de ser buenos religiosos/as terminan haciendo el trabajo porque el “pobrecito” no puede. No se puede echar alabanzas continuamente en su presencia y luego quejarnos amargamente de que no hace lo que debe. No se puede valorar siempre que es de los nuestros pero no exigir que cumpla bien con el trabajo para el que se contrató. Todas estas realidades, de las que estoy seguro que los lectores pueden contar tantas o más que yo, generan a la larga unas situaciones que provocan conflictos que muchas veces terminan en un despido siempre traumático para el trabajador y también para la institución. Las más de las veces, en mi experiencia, por culpa nuestra, por no haber mandado bien desde el principio.
Quizá sea políticamente incorrecto decir estas cosas, pero en mi opinión conviene tenerlas en cuenta a la hora de relacionarnos con los laicos empleados en nuestras obras.
Añado aquí en formato word el texto del artículo publicado en “Vida Religiosa” por si acaso a alguien le puede servir. Basta con hacer click en el siguiente enlace.
Ciertamente, en el noviciado os enseñan a ser religiosos/as pero no a dirigir empresas/obras/instituciones… o bueno, simplemente, dirigir… Y en eso hay una gran responsabilidad.
La formación y profesionalidad que exigís ad extra deberíais -en general- cultivarla también ad intra.
Estoy de acuerdo con usted en que cuando se contrata a una persona para realizar un trabajo debe pesar más el hecho de si esa persona realiza de manera correcta las funciones acordes a su cargo.
También tiene usted toda la razón en que hay que decir con claridad que se espera de una persona cuando se le contrata.
Por el contrario creo que una relación laboral no se basa, en absoluto, en alguien que manda y alguien que obedece; sino en alguien que acepta realizar unas funciones (a cambio de un salario) y alguien que debe comprobar si esas funciones se llevan a cabo.
Entiendo que cuando se llega a un despido para el trabajador es algo traumatico si no se lo espera porque el empleador no ha sido capaz de sentarse con el empleado para corregir su trabajo y que el mismo lleve a cabo los funciones concretas que asumio cuando firmó un contrato. Entiendo que puede ser traumatico para el empleado si, por ejemplo, acaba de tener un hijo cuando le despiden. Entiendo que puede ser traumatico para el empleado que aquella orden religiosa en la que ha confiado toda su vida le despida de un dia para otro sin haber sido nunca corregido. Entiendo que puede ser traumatico para el empleador si es un despido improcedente porque tiene que desembolsar una cantidad de dinero, que bien podría utilizarse en cualquiera de las misiones que su congregación tiene a lo largo del mundo (y que hará mucha falta).
En resumen, creo que su artículo está muy bien, pero seria mucho más útil si se predicada con el ejemplo.
Creo que hay muchos sitios y congregaciones en que las cosas se hacen bien. Lo que no significa que no haya enormes meteduras de pata que no deberían suceder nunca. Para contribuir a que eso no suceda es por lo que he escrito este artículo. Espero que a alguien le sea útil.
Porque eso no lo A plicais dentro ? Alucinante