Uno mira a la historia y parece que el poder, el situarse por encima de los demás, ha sido una de las grandes tentaciones. Quizá en el fondo no sea más que una forma de buscar sentirse seguros. Nos gusta controlar lo que nos rodea, nos gusta que no haya imprevistos y que todo esté en orden. Y a veces, casi sin querer o sin darnos cuenta, pasamos de controlar las cosas a pretender controlar a las personas. Esto ha sucedido en la iglesia y fuera de la iglesia, en la vida civil, en los institutos religiosos y en los clubes de fútbol. Religiosas y religiosos no estamos exentos de esta tentación, que afecta de modo especial a los que tienen algún cargo, el que sea, en la vida religiosa. Es relativamente fácil caer en la tentación y pasar del servicio al dominio. Nos olvidamos de que lo nuestro es servir.
De entrada, decir que hay muchos buenos ecónomos, casi diríamos “normales”, que se toman su trabajo como un ministerio, como un servicio, como un verdadero ministerio. Pero desgraciadamente no siempre es así y algunos –espero que no sean muchos– todavía dudan entre controlar o servir. Algunos sienten la tentación de convertirse en los fiscales y jueces de la vida económica de sus hermanos o hermanas. Es cierto que en situaciones concretas la frontera entre controlar y servir puede ser muy fina. Pero también en la vida concreta hay que esforzarse por evitar todo lo que pueda parecer controlar. Eso ni es bueno para la vida de comunidad ni es bueno para las personas ni es bueno para la misión.
Dejo al final de esta entrada, para la descarga, dos de los primeros artículos que publiqué en la revista “Vida Religiosa” y que tienen que ver con este tema del controlar. Por pura curiosidad.
Para explicarme mejor con lo que quiero decir con eso de servir, le pondría al lado, como sinónimo, el verbo “cuidar”. Lo nuestro es cuidar a los demás, y en la medida en que les cuidamos, cuidamos la misión. Cuidamos las personas y cuidamos los medios materiales que posibilitan que las personas sirvan a la misión de la congregación. Somos realistas con los medios que tenemos pero hacemos equilibrios, los posibles y los imposibles, para que las personas estén bien atendidas y cuidadas en todas las dimensiones (desde la espiritualidad a la indumentaria).
Servir y cuidar son dos verbos que tienen que ver mucho con la fraternidad y muy poco con controlar ni con el poder. Pedir tickets, exigir continuamente aclaraciones sobre los gastos, denotan, por mucho que no esté en la voluntad del que lo hace, desconfianza como ya he dicho en otras ocasiones. Además de que a muchos les pueden hacer sentir como niños. Es posible que haya personas que en un sistema de esos haya personas muy maduras. Pero reconozcamos que el sistema como tal infantiliza.
Dos notas finales. Primero, si el ecónomo observa algún comportamiento que podríamos decir “inadecuado” en un hermano o hermana, diría que lo que debe hacer es ponerlo en conocimiento de los superiores. Pero, por favor, sin actuar de fiscal sino siempre desde la misericordia y la compasión. Y segundo, que no demos demasiada importancia al chocolate del loro, que donde se nos van los gastos no es en encender una luz de más sino en otros gastos a veces desproporcionados que hacemos y justificamos sin mucho problema (y no es éste lugar para entrar en detalles sobre obras y otras zarandajas).
- Extra: Hace unos días el secretario general de la Confer de España ha enviado una carta a todos los institutos en la que se entendía que la Seguridad Social iba a obligar de forma inmediata, ya, a que todos los religiosos y religiosas pensionistas tuviesen una cuenta corriente bancaria personal en la que recibir la pensión. La carta ha causado mucha inquietud en los institutos y en los bancos. ¡Tranquilidad! Parece que no es tan urgente la obligación como se podía deducir de la carta. Pero la norma existe y habrá que irse preparando. Sin prisa pero sin pausa.