Para bien o para mal muchos institutos religiosos se han convertido en empresas con un buen número de empleados. Hay muchas provincias de institutos que cuentan con cuatro empleados por cada religioso o religiosa. Y eso sin tener en cuenta la edad media de los religiosos o religiosas. Cada uno puede echar las cuentas en su propia provincia y ver a cuanto sale.
Por eso, se está empezando a hablar de que sería bueno formar a todos esos empleados/colaboradores de forma que sean conscientes de cuál es la institución en la que están integrados por su trabajo, de cuál es su estilo, de cuáles son sus fines, de qué es lo que se espera de ellos. Y que todo eso sería bueno que se concretase en un “Código de Conducta”.
Todo eso me parece muy bien. Posiblemente dedicaré la siguiente entrada de este blog a profundizar un poco en ese tema. Pero se me hace que tenemos que hablar previamente de otra cosa muy importante. Es lo que me dijo un religioso con el que hace un tiempo estuve charlando un rato sobre este tema. En un momento de la conversación dejo muy clara su opinión: “Sí, está muy bien que hagamos un Código de Conducta para nuestros empleados. Pero quizá habría que pensar antes en hacer un código de conducta y una formación específica para que religiosos y religiosas se acostumbren a tratar con los empleados/colaboradores laicos.”
La experiencia me dice que es cierto. Es otra vertiente del problema que tendríamos que atajar activamente y sin tardar. Se dan situaciones de todo tipo. Desde religiosos y religiosas que, acostumbrados de siempre a llevar la voz cantante, a dirigir, ahora tienen dificultades para integrarse en equipos de trabajo en el que ellos no son los jefes o responsables. Pasando por los que no tienen ni idea de lo que son las exigencias laborales que hay que plantear a los empleados, que se dejan llevar por la comprensión infinita y que al final terminan generando graves problemas laborales porque ni se exige durante años el cumplimiento de los horarios ni se plantea una mínima exigencia con respecto a la realización de los deberes del empleado, de tal forma que, al final, es éste el que lleva la voz cantante, el que determina sus horarios, sus puentes… Y terminando por hacer de las personas que están ocupadas en el servicio doméstico de las comunidades (cocina, limpieza…) las acompañantes/mitigadoras de la soledad de algunos de los religiosos y religiosas más mayores (alguno me ha dicho de broma que a la hora de contratar cocineras o limpiadoras les deberíamos pedir también experiencia de «coaching»… porque la verdad es que a eso dedican muchas horas).
Por todo esto, me parece oportuno pensar que sería conveniente también formar a religiosos y religiosas en cómo relacionarse con estos nuevos colaboradores, a veces jefes, a veces compañeros, que participan en nuestra misión de tantas formas, que colaboran en nuestras tareas domésticas y que hacen posible que nuestros institutos sigan cumpliendo la misión para la que fueron fundados. Porque, seamos realistas, muchos conflictos laborales y hasta despidos no siempre provienen de la mala voluntad del empleado. Muchas veces, demasiadas, provienen de no haber sabido tener una relación sana, adecuada y justa con los empleados que pueblan nuestras instituciones.
Gracias por esta llamada de atención ¡tan necesaria! Y felicidades atrasadas por tu santo.
Totalmente de acuerdo. Urge más que la otra parte.
Buen día
Gracias por esta reflexión, me parece que es muy oportuna. Debemos de prepararnos a saber tratar a nuestros empleados, tanto a nivel de obras como en las comunidades. Saludos cordiales.