Más de una vez, he comentado en este blog que las inercias nos pueden, que damos por supuesto que las cosas funcionan porque siempre han funcionado en el pasado, que las soluciones de antes siguen siendo válidas hoy. Y nos aterroriza la idea de cambiar, de hacer las cosas de otra manera. El problema viene cuando la realidad ha cambiado pero nosotros seguimos aplicando las mismas soluciones y dando las mismas respuestas a los asuntos y cuestiones que tenemos entre las manos. Lo que fue válido y útil en el pasado ahora provoca desajustes. Esto que es válido como ley general, se aplica también al mundo de la administración. Se trata de hacer una buena administración.
Digo esto porque me temo que seguimos dando por supuesto que los ecónomos de las comunidades, y a veces de las actividades, controlan su trabajo, la relación con los proveedores y con sus hermanos o hermanas de comunidad, como lo deberían hacer. Cuando en algún momento salen a la luz los problemas inmediatamente se nos ocurre decir que “se suponía que eso no debía ser así”. Ciertamente, se suponía pero lo malo es pensar que la suposición se convierte automáticamente en realidad.
Cuando nuestras comunidades estaban formadas por personas de mediana edad, eran capaces de enfrentarse a los problemas, de buscar soluciones nuevas y creativas, de aprovechar las oportunidades. En definitiva, de hacer una buena administración. Pero lo que me encuentro hoy en muchos lugares es lo contrario: se siguen aplicando las soluciones de siempre porque “siempre se ha hecho así”. Se sigue acudiendo a los proveedores de siempre porque ya lo hacía así el administrador de antes. Y es que ahora los administradores, ecónomos y ecónomas, tienen otra edad. Una edad a la que vitalmente no gustan sino que asustan los cambios, a la que se desea una vida tranquila y hacer lo que siempre se ha hecho.
Pongo un ejemplo que puede parecer extremo pero que es real. El proveedor avisa al ecónomo de que tiene un determinado producto, que se lo reserva porque está a muy buen precio. Hasta ahí todo bien si el ecónomo aceptase la oferta y se enviase el producto. Pero lo que se hace es otra cosa: el proveedor gira el recibo al tiempo que reserva el producto, que se irá mandado cuando el ecónomo lo solicite. Es decir, que se cobra no a mes vencido, ni siquiera al contado sino antes de enviar el producto. Y así se viene funcionando desde hace años. Consecuencia: el nuevo ecónomo de la comunidad se ha encontrado con un buen almacén de productos de ese proveedor, que no hacen falta en absoluto. ¿Por qué se procedía así? Por la sencilla razón de que el anterior ecónomo no se atrevía a decir que no y porque había unos regalillos, pura filfa, por medio. Y más ejemplos se podrían poner que implican siempre una mala administración, aunque no mala voluntad del administrador.
A veces hablamos de centralizar compras y proveedores a nivel de la administración provincial. Algunos se quejan de que eso es atentar a la autonomía de las comunidades. En realidad, no es tal sino ayudar a los que ya no pueden hacer bien su trabajo por razón de edad y capacidad. En realidad, es una forma de administrar mejor los recursos escasos (hay que recordar que en economía y por definición los recursos siempre son escasos) de que disponemos –¿algún instituto tiene recursos infinitos?–. No hay que dar por supuesto que las cosas funcionan porque antes han funcionado. Para eso están las evaluaciones, las visitas y el acompañamiento a los ecónomos locales. De verdad que hay muchas fugas que atajar, muchos dineros que se van sin sentir simplemente por respetos humanos, por debilidad, por no saber decir que no. Eso no es hacer una buena administración. El cambio no es fácil pero es necesario. Concluyo con algo que ya he dicho en otras ocasiones: es posible que aumentar los ingresos sea muy complicado, dada la edad media de los miembros de los institutos, pero hay posibilidad de ahorrar en los gastos con una administración inteligente y que no se deje llevar por el siempre se ha hecho así.