Decía en la entrada anterior (La responsabilidad es nuestra) que no podemos pasar la carga de la decisión a los asesores. Ahora quiero subrayar que necesitamos asesores profesionales e independientes. Utilizaba una cita de la carta circular de la CIVCSVA, Líneas orientativas para la gestión de los bienes en los Institutos de Vida Consagrada y en las Sociedades de Vida Apostólica. Pero lo dicho en esa entrada hay que completarlo con otro texto del mismo documento que dice:
Es necesario valerse de colaboradores laicos en los ámbitos en que el Instituto no posee profesionalidad específica o competencias técnicas entre sus miembros; las relaciones con los profesionales se regulen mediante contratos claros, a tiempo determinado y según los servicios que se requieren.
Si en la entrada anterior ponía el acento en que la responsabilidad es nuestra, de los institutos y sus administradores y responsables, ahora querría poner el acento en la necesidad de los asesores. Y en dos características que deberían estar siempre presente en ellos: profesionalidad e independencia.
Cuántos institutos religiosos han hecho una gran obra o reforma en los edificios de sus actividades o comunidades y han tenido como asesor al arquitecto de la misma empresa constructora encargada de realizar la reforma. Ya nos podemos imaginar, en caso de duda o conflicto para que lado se va a inclinar en sus opiniones el tal arquitecto: si del lado del contratista, que es el que le paga, o si del lado nuestro. No es difícil responder a la cuestión. Por una sencilla razón: porque el arquitecto ya pertenece a uno de los lados y, por tanto, lo suyo es favorecer los intereses del contratista.
Lo mismo se puede ver en otros ámbitos. Por ejemplo, en el mundo de las inversiones financieras. ¿Cómo va a ser nuestro asesor el mismo comercial que nos vende los productos? Porque, al final, ese mundo de las inversiones financieras por más corbata que usen sus comerciales no es más que un mercado en el que se compra y se vende. El vendedor (bancos, gestoras de inversiones…) tiene interés en vender determinados productos que son los que le dejan un beneficio mayor (comisiones) y no tiene interés en otros que quizá sean incluso más beneficiosos para el cliente, o sea, nosotros.
Conclusión: tenemos que buscar asesores profesionales e independientes. En otras palabras, que seamos nosotros quienes les paguemos y no el dueño de la tienda donde vamos a comprar.
He dicho profesionales. Es muy importante. Este mundo se hace cada vez más complejo. No podemos entender de todo. Los dos ejemplos (arquitectura e inversiones financieras) muestran con claridad esa complejidad. Necesitamos absolutamente esa asesoría profesional. No nos vale el aficionado ni el amigo ni… Profesionales competentes en su campo. Y casi me atrevería a decir, dada esa complejidad, mejor empresas que personas individuales.
Pero también he dicho independientes. Esto es imprescindible. Si les paga el proveedor, atenderán, como no puede ser de otra manera, a los intereses del proveedor antes que a los nuestros. Si les pagamos nosotros, atenderán a nuestros intereses antes que a los del proveedor. Así de sencillo. Así de claro.
Esos profesionales independientes cuestan dinero. Obvio. Nada hay gratis y el obrero merece su salario. Si queremos esa asesoría hay que pagarla. Quizá sea un sobrecoste añadido pero es la garantía de un mejor servicio y de contar con una verdadera asesoría. Además, lo más seguro es que ya antes pagásemos esos costes pero ocultos en la factura de nuestro proveedor.
Busquemos esos profesionales independientes que nos asesoren para llegar mejor a conseguir nuestros objetivos: una administración al servicio de la misión de nuestro instituto. La decisión, los objetivos, los fines son nuestra responsabilidad pero sin esa asesoría difícilmente los llegaremos a realizar.