Una buena administración exige aprovechar bien los recursos de que disponemos. Estos recursos, como sabe cualquier persona que haya leído algún manual básico de economía, son siempre escasos. Es más, los recursos que no son escasos no son bienes económicos (por ejemplo, el aire que tanto necesitamos para respirar).
Es decir, hay que gastar lo necesario pero no más de lo necesario. Por razones de administración, de ecología y muchas otras que podemos poner. Digo todo esto porque acabo de oír en la radio que para limpiarse bien los dientes no hace falta mucha cantidad de dentífrico sino sólo una bolita como un guisante. Sí, una porción de dentífrico tan pequeña como un guisante es suficiente. Lo demás es derrochar y despilfarrar. ¡Así de simple!
En la misma línea podríamos pensar en grifos abiertos, luces encendidas y tantas otras cosas. Hay mucho despilfarro en nuestra sociedad y a veces no somos conscientes de ello. Hace muchos años estuve en un hospital haciendo un cursillo. Estaba conmigo una religiosa que era misionera en un país muy pobre. Además de atender a las clases, pasó el mes recogiendo todas las jeringuillas desechables que en el hospital se usaban una vez y se tiraban. Decía que allí donde estaba de misionera, esas jeringas se hervían cuidadosamente y se volvían a usar, que las hervían de nuevo y las volvían a usar. Y así hasta que el plástico se deformaba y no las podían usar más. Mientras tanto, en nuestros hospitales se tiraban, y se tiran, al primer uso.
Los recursos de que disponemos en los institutos religiosos son dinero de los pobres. Tenemos la obligación de administrarlos con mucho cuidado, de estirarlos todo lo que se pueda. Debemos evitar cualquier forma de despilfarro –¡cuántas fotocopias hacemos inútilmente!– porque hay demasiada necesidad en el mundo. Y la misión necesita de todos esos recursos.
Pero no identifiquemos la buena administración con la tacañería. Hay que gastar lo que sea necesario y cuando sea necesario. También hay que hacer fiesta cuando hay que hacer fiesta. Y celebrar. Y cuidar a las personas. Pero todo administrando bien esos recursos que son siempre escasos y que están destinado a la misión, al anuncio del reino. Eso significa desde cuidar los edificios que usamos hasta atender al bienestar y a la formación de las personas que hacen posible la misión.
Aunque la línea pueda parecer muy fina, hay que distinguir entre la buena administración y la tacañería. Demasiadas veces los ecónomos han sido identificados como “tacaños”. ¡Qué pena! Pero tampoco es bueno que sean “manirrotos”. ¡Se gasta muy fácil lo que cuesta mucho ganar o ahorrar! Por en medio está la buena administración: gastar lo necesario pero sólo lo necesario. Porque los recursos que tenemos, todos, están al servicio de la misión.
Muy bueno Fernando. Y es verdad, en definitiva, el dinero de los institutos religiosos, que cuesta conseguir y ahorrar, es dinero de los pobres y están al servicio de la Misión. Me encantó. Un abrazo