Hace ya muchos años, la primera vez que asumí el cargo de ecónomo de una comunidad, mi antecesor en el cargo me dijo al momento de entregarme las carpetas y documentos correspondientes –lo que en lenguaje taurino serían los trastos de matar– que en este mundo de la administración lo complicado no eran los números sino las personas.
Como llevo en esto muchos años, he podido constatar que tenía más razón que un santo. Los números son dóciles. Y hasta divertidos y relajantes. Una buena tarde, sin teléfonos ni reuniones, con un poco de trabajo de contabilidad por delante, lleva consigo un cierto descanso. Y la sensación del trabajo bien hecho cuando se deja la mesa, después de unas horas, y los bancos y las cuentas de proveedores y esas otras tan temidas del grupo cinco cuadran al céntimo. Aunque por medio haya habido algún momento en que nos hemos tirado de los pelos por un descuadre de unos céntimos en el banco que no terminábamos de encontrar.
Pero administrar no es sólo eso. Contabilizar, hacer los asientos, no es más que el comienzo del trabajo de administrar los bienes. Fundamental, imprescindible, porque es la base necesaria. Pero sólo el comienzo. Luego hay que tomar decisiones. Comprar esto o lo otro. Hacer esta o aquella inversión. Contratar a esta persona o a la otra. Decir que no a una petición. Echar una mirada al futuro y poner en el papel lo que va a costar una determinada decisión pastoral. Los administradores nos parecemos mucho a aquel del Evangelio que quería construir una torre y antes de empezar hizo los cálculos para ver si la podría terminar.
Y ahí es donde uno se encuentra con las personas y todo se complica. Porque empiezan a hacerse presentes los intereses, las emociones, las amistades y tantas otras cosas que tienen muy poco que ver con la realidad de los números. Lo malo es que la realidad es tozuda. Los números no hacen más que retratar la realidad de lo que hay. Lanzarse a construir la torre por las buenas, porque hay razones pastorales, porque ha sido una decisión tomada por el capítulo, porque… puede ser que termine por poner en peligro la necesaria estructura económica que hace posible la vida y misión de un instituto religioso.
Algunos pretenden decir que la administración es una cuestión puramente técnica. ¡Grave error! Todas las decisiones que tomamos, todas, tienen implicaciones económicas. El que no lo tiene en cuenta es posible que no llegue a terminar nunca la torre.