Es el título de un libro publicado por Carlos Ballesteros, profesor de economía en una Universidad y buen cristiano, en ediciones HOAC (donde se pueden encontrar muchos otros libros interesantes) hace unos años. Tu compra es tu voto. Ya el título lo dice todo. El mercado es una suerte de democracia abierta donde los demandantes de bienes y servicios votan todos los días, al hacer sus compras. Y donde los que ofrecen esos bienes y servicios están muy atentos a las exigencias concretas de la demanda.
Es un título que nos tiene que dar un poco de optimismo sobre este mundo capitalista en el que nos ha tocado vivir. Para los religiosos y religiosas a los que les ha tocado cumplir con este servicio de la administración, es importante saber que su trabajo tiene también una función evangelizadora. No se trata de echar sermones o catequesis a los proveedores y representantes de empresas con los que contactamos. Eso puede estar bien. Incluso muy bien. Se trata de ser conscientes de que, por ejemplo, cuando dejamos de comprar algo –lo que sea– estamos lanzando un mensaje al mercado de que hay determinadas cosas que por lo que son en sí mismas o por la forma en que han sido producidas –porque no se han respetado los derechos de los trabajadores o porque no se ha respetado el medio ambiente– no estamos de acuerdo con que esos productos estén en el mercado.
Seguro que me dirán: ¿qué es un voto, una compra, en la inmensidad del mercado? Tienen razón en parte. Sólo en parte. Porque un voto no es nada. Pero muchos votos pueden hacer cambiar las decisiones de los que se dedican a ofrecer productos y servicios.
Un ejemplo: ¿quién hablaba en el mundo de las inversiones financieras hace unos años de inversiones socialmente responsables o de fondos de inversión que se plantean como criterios de inversión los de la doctrina social de la Iglesia? Prácticamente nadie. Pero hoy el panorama ha cambiado. Los bancos y las gestoras, con mayor o menor acierto, tratan de ofrecer ese tipo de productos a sus clientes porque saben que hay una demanda real y que, si no los ofreciesen, perderían a algunos o muchos clientes.
Otro ejemplo: tenemos que buscar proveedores de bienes y servicios al precio más barato posible. Pero tenemos que ser conscientes de que el precio no lo es todo. Hay que considerar otras cuestiones. Y la ética y el evangelio tienen ahí una presencia obligada. Cuando contratamos una empresa para hacer una obra o para cualquier otro servicio nos debe interesar, y mucho, cómo trata esa empresa a sus trabajadores, si respeta sus derechos, si cumple con sus obligaciones legales, etc. Porque el precio que pagamos no es todo.
Así que es cierto: Tu compra es tu voto. Los religiosos tenemos colegios, hospitales, residencias para la tercera edad, comunidades… Somos grandes consumidores. Tenemos muchos votos en esta democracia que es el mercado. Y podemos influir para que ese mercado sea más humano, para que tenga en cuenta otros valores, los de la justicia social, los ecológicos. En suma, los del Evangelio.
Por eso, al comprar, igual que al votar en las elecciones, tenemos que ser muy conscientes de lo que hacemos. Para no dejarnos llevar por nuestro interés egoísta, como instituciones, sino tener en cuenta el bien común y los valores en que creemos. Porque tu compra es tu voto.
Una semana más en total acuerdo con tus comentarios. La diferencia estriba en que si nos consideramos un agente económico aislado o bien nos podemos considerar como una posibilidad de aglomeración de consumidores. La unión puede hacer la fuerza, eso sí gestionado desde los valores pastorales pero con la fuerza suficiente. Lo decía la canción: «Cuando tenía dinero, me llaman Don Tomás, ahora que no lo tengo, me llaman Tomás na más».
Se puede ser un «Don Tomás» con una estrategia conjunta de compra bien gestionada.